La guerra informática
Hablar de la seguridad en Internet como si fuera algo
distinto o independiente de la seguridad en las calles o la vida es, a día de
hoy, un auténtico eufemismo. Un error de concepto. En efecto, todo anda tan
interrelacionado que, si colapsara esa red de redes, ese flujo de datos que es
Internet, colapsaría, de igual manera, nuestra actual forma de vida. De la
parálisis de nuestros ordenadores devendría el caos global. La mayoría de las
empresas, los bancos, el sistema económico mundial, los hospitales, las líneas
aéreas y también las empresas públicas de transporte urbano, como el metro,
quedarían inoperativas: el mundo, entonces, recobraría su tamaño habitual y nos
sobrevendría la sensación, tantas veces aplazada a golpe de mouse, de ser tan sólo una pieza más en
un engranaje de proporciones cósmicas, una pieza diminuta y frágil, sin más
lugar propio en el universo que el lugar definitivamente perdido.
Con todo, la informática es una ciencia muy joven. Hace unos
veinte años casi nadie podía disfrutar de Internet en sus casas o trabajos.
¿Hará falta que les recuerde aquellos módems chirriantes que iban como a
pedales y que se desconectaban cuando sonaba el teléfono fijo? Disfruté lo indecible esos años luchando
contra las tarifas, primero abusivas y luego planas, que venía a ser casi lo
mismo, de Telefónica.
Años de interminables conversaciones nocturnas a través de los
chats de IRC-Hispano y su laberinto de salas en el aire. Años, lustros, casi
décadas de aprendizaje impagable a través de las news informáticas (y en la
actualidad de los foros vía web) de José
Manuel Tella Llop. Hay que saber reconocer a los buenos maestros cuando uno
tiene la suerte de haberlos tenido, de seguir teniéndolos.
Pero a lo que iba. El reciente ataque informático del ransomware WannaCry que ha padecido
medio mundo y en España, sobre todo, nuestra principal empresa de
comunicaciones, Telefónica, nos ha recordado que Internet será uno de los
escenarios básicos de las guerras futuras. Habrá, pues, que tomar más
precauciones de las que, al parecer, se están tomando. No es de recibo, por
ejemplo, que Telefónica permita que un correo infectado llegue a los buzones de
sus empleados o directivos, porque eso significa que sus filtros de seguridad
no funcionan como debieran. La cosa empeora si, además, alguno de estos
empleados o directivos (que se maneja con una cuenta con rango de
administrador, vaya locura) va y abre, curioso o inconsciente, el correo y hasta
ejecuta, suicida compulsivo, el archivo infecto en un sistema informático (y
esto ya es el colmo) que no está parcheado con las últimas actualizaciones de
seguridad de Windows. Tantos errores juntos parecen imposibles, pero ahí están.
Así no hay forma de ganar ninguna guerra.
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