LA TELARAÑA: La rosa y los libros

martes, abril 25

La rosa y los libros


La Telaraña en El Mundo.



 Pasearse ante una infinidad de libros que, directamente, no me interesan o que, en algunos casos, hasta me desagradan no deja de ser una curiosa experiencia para quien ha vivido bastante rodeado de libros; para quien creyó que en los libros, al menos en algunos, habitaba el secreto parpadeante de la existencia, la voz rota o la luz indecisa que perseguimos, a la vez que nos persigue, mientras andamos y desandamos el laberinto del tiempo, ese lugar donde el cuerpo, en ocasiones, no es capaz de contenernos, ese lugar donde la mente, el conocimiento y el lenguaje juegan a ser la misma cosa sin lograrlo. Nunca se consigue del todo lo que se busca.
 Pero hay libros y libros, huelga decirlo; y los libros son reclamos expuestos al sol un domingo de abril en que Palma se viste de librería y San Jorge, a la sazón Jorge de Capadocia, coge de nuevo su afilada espada, salva a la princesa, mata al dragón y convierte su sangre en una rosa roja. En ese trasfondo, libros y rosas entrelazan su razón de ser y se convierten en una forma de relacionarse: los hombres les regalan una rosa a las mujeres y ellas, a cambio, les regalan un libro. No sabría explicar este comportamiento tan peculiar, quizá tan exquisitamente sexista, más allá de la buena obra de satisfacer a partes iguales a dos gremios de indudable utilidad, los libreros y los floristas. Ni los escritores ni los jardineros tenemos vela en este entierro.
 Anteayer, pues, Palma era un polvorín de libros. «Madrid ens roba», clamaban varios cartelones en el tenderete de Més, cerca de Plaza España, y ahí apenas había libros y los que había refulgían ceñudos, como si sólo fueran libelos, como si el ardor o la ira los hubiera dejado sin palabras y el silencio mortal de la estulticia los hubiera encogido, hubiera estrechado sus lomos y convertido su tinta en la sangre invisible de un dragón que no puede convertirse en ninguna rosa, porque donde no hay misterio ni temblor místico no hay revelación ni tampoco conocimiento y donde no hay ensimismamiento no hay otredad ni posibilidad alguna de empatía. A Fahrenheit 451 con todos esos panfletos.
 Luego están los libros que sólo son libros de usar y tirar, como también lo son, tal vez, las mismas flores: nadie puede quitarles, no obstante, ese profundo aroma que dura un instante y luego desaparece. O los libros que dicen leer los políticos. Los libros para niños. Los libros para empezar a soñar o para empezar a desesperarse, que no son pocos y que son adorables y también peligrosos. Y finalmente los libros que no lee ni compra nadie, que son los únicos libros con los que, realmente, me identifico, aunque no sé por qué. O sí, pero no quiero decirlo.

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