De repente, se pone de moda algún artefacto entre los
chavales y no hay forma de sustraerse a su presencia. O a su influjo. Se trata
de un juguete antiestrés llamado «Fidget Spinner», una especie de estrella de tres
puntas, cada una con un centro giratorio que, a su vez, gira también a gran
velocidad sobre un eje central, que sirve, básicamente, para mantener ocupados
los dedos y hacernos olvidar, por ejemplo, el pesado y ruidoso manojo de llaves
que, en no pocas ocasiones, hemos mantenido dando vueltas entre los dedos de la
mano.
Recuerdo haber jugado, cuando era escolar, a las canicas, la
peonza y el yo-yó, Pero esos juegos lo eran, más o menos, de habilidad y no los
utilizábamos, al menos conscientemente, para tranquilizarnos, sino para todo lo
contrario, para activar nuestra competitividad, para robarle las canicas o la
peonza al más torpe de la clase o para deslumbrar al personal (sobre todo, al poco
personal femenino que había en aquellos colegios religiosos del siglo pasado)
con las lazadas y malabares que aprendimos. Está claro que el bullying actual no es un fenómeno nuevo,
pero es que nunca hay nada totalmente nuevo; sólo cambia, tal vez, cómo lo vemos,
sentimos o juzgamos.
No hay tanta diferencia, pues, de aquella nuestra realidad en
blanco y negro al amasijo coloreado en que viven nuestros hijos. Hace años, eso
sí, que no veo a niños jugando con peonzas y canicas o intercambiando cromos
que no sean virtuales. Los niños poseen, ahora, móviles inteligentes y
consolas potentísimas, juegan a guerras digitales del pasado como si fueran del
futuro y, por desgracia, no leen apenas nada, aunque los haya que acaben siendo
expertos en series manga no demasiado bien traducidas. Igual es que los niños
habitan, actualmente, en ese lugar difícil que son las redes sociales y ahí sí
que el estrés se ceba con ellos y el bullying
traspasa la frontera de lo superficial y les agarra muy adentro; y la realidad
y la ficción, entonces, se convierten en una pesadilla terrible donde no hay
intimidad y la soledad acaba siendo la mejor forma de descansar y alejarse del
vértigo, del delirio, de la locura de ser de carne y hueso -débiles seres
humanos- en un mundo de silicio y bits, de nubes gélidas donde se almacena todo
los que somos y también, ¡ay!, todo lo que seremos, si no lo impedimos. Habría
que hacerlo.
Mientras tanto, no es de extrañar que nos haga a falta a
todos, y no sólo a los niños, un buen artilugio mecánico contra el estrés, un gadget
ansiolítico que nos devuelva al instante mágico en que el mundo era una página
en blanco donde aún podíamos escribir lo que quisiéramos. El mundo sigue siendo
esa página en blanco, pero no parece que nos demos cuenta. Maldito estrés.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home