LA TELARAÑA: Juguetes contra el estrés

viernes, mayo 12

Juguetes contra el estrés


La Telaraña en El Mundo.




 De repente, se pone de moda algún artefacto entre los chavales y no hay forma de sustraerse a su presencia. O a su influjo. Se trata de un juguete antiestrés llamado «Fidget Spinner», una especie de estrella de tres puntas, cada una con un centro giratorio que, a su vez, gira también a gran velocidad sobre un eje central, que sirve, básicamente, para mantener ocupados los dedos y hacernos olvidar, por ejemplo, el pesado y ruidoso manojo de llaves que, en no pocas ocasiones, hemos mantenido dando vueltas entre los dedos de la mano.
 Recuerdo haber jugado, cuando era escolar, a las canicas, la peonza y el yo-yó, Pero esos juegos lo eran, más o menos, de habilidad y no los utilizábamos, al menos conscientemente, para tranquilizarnos, sino para todo lo contrario, para activar nuestra competitividad, para robarle las canicas o la peonza al más torpe de la clase o para deslumbrar al personal (sobre todo, al poco personal femenino que había en aquellos colegios religiosos del siglo pasado) con las lazadas y malabares que aprendimos. Está claro que el bullying actual no es un fenómeno nuevo, pero es que nunca hay nada totalmente nuevo; sólo cambia, tal vez, cómo lo vemos, sentimos o juzgamos.
 No hay tanta diferencia, pues, de aquella nuestra realidad en blanco y negro al amasijo coloreado en que viven nuestros hijos. Hace años, eso sí, que no veo a niños jugando con peonzas y canicas o intercambiando cromos que no sean virtuales. Los niños poseen, ahora, móviles inteligentes y consolas potentísimas, juegan a guerras digitales del pasado como si fueran del futuro y, por desgracia, no leen apenas nada, aunque los haya que acaben siendo expertos en series manga no demasiado bien traducidas. Igual es que los niños habitan, actualmente, en ese lugar difícil que son las redes sociales y ahí sí que el estrés se ceba con ellos y el bullying traspasa la frontera de lo superficial y les agarra muy adentro; y la realidad y la ficción, entonces, se convierten en una pesadilla terrible donde no hay intimidad y la soledad acaba siendo la mejor forma de descansar y alejarse del vértigo, del delirio, de la locura de ser de carne y hueso -débiles seres humanos- en un mundo de silicio y bits, de nubes gélidas donde se almacena todo los que somos y también, ¡ay!, todo lo que seremos, si no lo impedimos. Habría que hacerlo.
 Mientras tanto, no es de extrañar que nos haga a falta a todos, y no sólo a los niños, un buen artilugio mecánico contra el estrés, un gadget ansiolítico que nos devuelva al instante mágico en que el mundo era una página en blanco donde aún podíamos escribir lo que quisiéramos. El mundo sigue siendo esa página en blanco, pero no parece que nos demos cuenta. Maldito estrés.

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