Todo es absurdo, quizá surrealista. “No lo declaré, pero
informé a Hacienda” dijo Alberto Jarabo
refiriéndose al piso que realquiló a turistas en el pasado. ¿Cómo se hace eso
de informar a Hacienda, sin llegar a declararlo en los correspondientes y
numerosísimos epígrafes de la siempre prolija declaración del IRPF? He de
informarme sobre ello, sobre a quién llamar, sobre a quién dar un toque redentor
que nos exima de participar en esa especie de mal trago o de gran merienda de
negros que suele ser la declaración de Hacienda, la tómbola de los ingresos y
los gastos, el pozo negro y también el aire fresco de las devoluciones. Salvo
algunos, que pueden informar y no declarar, los demás, la inmensa mayoría, siempre
acabamos pagando por adelantado. Y así nos va, por supuesto.
Otro mal trago, peor que el anterior, si cabe, porque Jarabo
ya nos parece, a fin de cuentas, un exquisito cadáver político, es el trago
largo, infinito, que ha vuelto a renacer en varios pubs de Punta Ballena, en
Magaluf, ese territorio comanche donde el alcohol corre como los ríos de lava
enfurecida por las gargantas profundas y las cañadas devastadas de los
descerebrados de turno. Nunca una hora feliz podrá tener peores consecuencias ni
convertirse en un espectáculo tan deleznable, pero es así como se escribe la intrahistoria
de la miseria compartida, de la usura sin medida, de la soledad intolerable, de
la inconsciencia absoluta convertida, finalmente, en un auténtico sucedáneo de
la locura.
La oferta habla por sí sola. Entre 5 y 7 euros por una hora
de ilimitada barra libre, un esprint de alcohol más o menos destilado que enloquecerá
a muchos hasta sumirlos en el coma etílico de las mejores ocasiones. No hay
derecho. No hay retorno. No hay balance ni saldo, no hay epígrafes, no hay
devoluciones ni beneficios inconfesables, no hay nada que pueda justificar este
descarriado viaje (de los turistas, pero también de los empresarios que ofrecen
estas barbaridades) hacia ninguna parte.
No es fácil encontrarle el equilibrio al mercado global en
que vivimos. Cambiamos tiempo y talento por dinero. Y con el dinero adquirimos,
a su vez, algo más de tiempo y talento. No nos sobra ni lo uno ni lo otro, aunque
nos duela reconocerlo. Una hora feliz nos parece poca cosa, porque la podemos
pagar y lo que buscamos no tiene precio; no puede tenerlo. Estamos hartos de
simulacros, de errores y engaños garrafales. Estamos hartos de casi todo, pero
aun y así nada podrá impedir que nos ovillemos a la vida, a sus ciclos
productivos, a su ocio regenerador, a sus lados ocultos y más salvajes, a ese
gran misterio sin resolver que nos late adentro. Creo que nació con nosotros y
que morirá, también, con nosotros.
Etiquetas: Artículos
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