«Fútbol es fútbol» sentenció
hace siglos el entrenador yugoslavo del Zaragoza, Vujadin Boskov, y sus
palabras siguen resonando como si aún fueran válidas. ¿Lo son? Pues no sé yo.
El mundo ha cambiado mucho en poco tiempo. Ya no existe Yugoslavia cuando se
acaban de cumplir veinticinco años del genocidio de Bosnia. Y el fútbol ya no
es tampoco lo que era. Fue, evidentemente, opio puro y duro del pueblo,
religión pagana, pasión personal, deporte de masas, tal vez negocio de palco y,
desde luego, de antepalco; ahora es también el núcleo, el corazón, el alma gélida,
quizá, de una peligrosa y ubicua ludopatía que da en dejarse el sueldo y
también los higadillos en el azar programado de los tahúres, en la caprichosa
ruleta rusa de las apuestas online. Ya no parece existir nada a lo que no se
pueda apostar como si la vida entera nos fuera en ello. Quizá nos vaya. Quizá
ya se nos haya ido.
Pero el tema que hoy me ocupa es la complicada situación del
RCD. Mallorca. ¿De qué Mallorca estoy hablando? ¿Del equipo aquél de mi
infancia, que siempre andaba descendiendo a segunda división? ¿O del que se
asentó en la élite y llegó a ganar la Copa del Rey o a disputar la final de la
Recopa? ¿Hablo de Zamora, Arqué, Chango Díaz y Doval, de Eto´o, Ibagaza, Nadal, Roa, Ezaki Badou, de Arango, Güiza, Aduriz, Stankovic? ¿Hablo de Juan
Carlos Lorenzo, Forneris, Marcel Domingo, Oviedo, Serra Ferrer, Cúper, Aragonés, Manzano? ¿De Jaime Roselló, Contestí,
Beltrán, Grande, Alemany, Utz Claassen, Robert Sarver?
Con el paso del tiempo, todos los equipos son siempre el
mismo equipo, porque la historia es un lugar muy apretado donde se suceden y se
amontonan los nombres y las sombras, donde se multiplican las voces y los ecos,
donde se arremolina el olvido intentando fijar el remolino interior de sus
raíces y prender, así, en alguna parte. Siempre debemos prender en alguna
parte, aunque no importe demasiado dónde ni por qué ni cómo. Finalmente, sólo
somos nuestras raíces, esa vaga inercia que nunca dejamos de sentir. No es poca
cosa.
Pero vuelvo al presente, que es como regresar a una guerra
virtual de etiquetas o “hastags”. Desde #ElMallorcaNoEstaMuerto a #Vamosequipo
o #TotsJunts. Sergi Barjuan, que ya
es el nuevo entrenador, tiene ahora diez partidos por delante, de los que debería
ganar seis o siete, al menos, para que el Mallorca no descienda a esa división
fuera del fútbol profesional, que es la 2ªB. «Fútbol es fútbol» dijo Boskov
hace siglos y en esa misma frase pensé yo, anteayer, mientras observaba las
filigranas que un joven mallorquín llamado Marco
Asensio dibujaba en el césped. Pues sí. Eso sí que es fútbol.
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