LA TELARAÑA: El horror que no cesa

martes, junio 6

El horror que no cesa


La Telaraña en El Mundo.



 Mientras el Real Madrid masacraba a la Juventus en el esplendor deportivo de la hierba de Cardiff, la guerra de guerrillas, esta tercera guerra mundial que se resiste a tomar ese nombre porque las palabras nos dan más miedo, incluso, que la propia guerra, volvía a masacrarnos a todos en las calles y puentes de Londres, sólo quince días después de haberlo hecho en Manchester. Tiene razón, pues, Theresa May, la premier británica, cuando dice que ya es hora de decir basta. O no, ya no la tiene, porque la razón tiene mucho que ver con la coyuntura y el don de la oportunidad, con el desarrollo histórico de los hechos y su análisis; tiene mucho que ver, en definitiva, con el paso del tiempo y ya hace demasiado tiempo que viene siendo hora de decir basta. Casi hace ya una eternidad.
 En efecto, hace mucho tiempo que las principales ciudades de Europa y América del Norte (la del Sur me da que tiene otros problemas, quizá más irresolubles) fueron viendo, sin saber qué hacer para evitarlo, como algunos de sus barrios se iban convirtiendo en auténticos hervideros de un horror que, con el pretexto que fuere, porque tanto da si se trata realmente del islamismo radical, de la indignación política extrema, del cénit de la decrepitud moral de la especie humana o de algún tipo incurable, en fin, de locura patológica, no sólo no cesa, el horror, sino que se infecta, enquista y eterniza en la propia médula del tejido social en que vivimos. O intentamos vivir.
 Estamos hablando, pues, de una degradación extrema, seguramente sistémica, que amenaza con depravar todo el orbe social. Porque no hay que engañarse, la decrepitud no sólo es cosa de los terroristas. Les hemos dado demasiadas buenas razones para que prosigan con su inercia asesina. Les hemos armado y utilizado en miles de guerras coloniales. Les hemos acogido como mano de obra barata y, a la vez, les hemos despreciado una y mil veces: no puede haber cóctel más explosivo, cuando se suceden las generaciones, que este cóctel molotov, que esta bomba de relojería donde siempre pierde la humanidad. Donde siempre perdemos todos.
 Sólo nos falta contemplar después, ahora, sin que nos extrañemos un ápice, qué ralea de políticos, de gestores de pega, de chamanes iluminados nos están gobernando. Desde los partidos políticos tradicionales, lastrados por el descrédito de la corrupción, hasta los nuevos grupos filocomunistas o ultraconservadores que no se sabe muy bien adónde van, aunque sí, por supuesto, de dónde vienen. Gentes sin más horizonte social que el nepotismo y las asambleas marciales. Gentes sin más señas de identidad (descanse en paz el cervantino Juan Goytisolo) que su falta de entendederas, su populismo gregario, su devastador ideario desnortado.


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