LA TELARAÑA: Las urnas irreales

martes, junio 13

Las urnas irreales


La Telaraña en El Mundo.




 Parecía Pep Guardiola, con una enorme urna transparente y vacía entre las manos, andar mendigando los votos de no se sabe quién para no se sabe qué. Nunca fue Cataluña tan libre ni, sobre todo, tan independiente como en la actualidad y, sin embargo, nunca hubo tantos conspirando por algo que, más allá de la supervivencia de ese estilo político que llamaremos, siendo benévolos, el estilo del 3%, no tiene absolutamente ningún otro sentido añadido, ninguna otra consecuencia práctica. O sí, quizá sólo busque abolir España tal y como la conocemos, con su voluntad fundacional a cuestas, su larga historia de conquistas y descubrimientos, derrotas y fracasos, su cainismo fraternal o su quijotismo quimérico, su andar atolondrado y rapsoda entre la gloria y la miseria, el ardor y la oscuridad, las cenizas y las llamas, la inagotable combustión de los siglos.
 Pero miro en esa urna vacía y transparente y no veo realmente nada. La realidad de algunos políticos no es, ni siquiera, un holograma de la realidad. No es un boceto, no es un resumen, no es tampoco un esquema. Sólo es, acaso, una opinión incendiaria, una perversión, una deconstrucción ideológica, un apunte cualquiera en la bitácora de un viaje a ninguna parte, porque la vida siempre acaba decantándose por los cauces más naturales y alejados del artificio suicida de esas urnas vacías y transparentes, irreales; tan vacías que llenarlas es misión imposible, tan transparentes que se ve, a su alrededor, el mismo vacío que, a su pesar, contienen.
 Mientras tanto, subo la cuesta de Avenida Argentina y miro, exhausto, hacia el monolito de Sa Feixina, donde algunas parejas pasean, se abrazan o hablan y no pocos niños o jóvenes juegan con sus ruidosos monopatines. El mar azul, a lo lejos, pone su contrapunto pictórico a la escena y yo me dejo caer en un banco, mientras imagino a los operarios de Miquel Ensenyat o Antoni Noguera derrumbando tanta paz provisional con su rancia metralla nacionalista, su discurso tan vacío como transparente, su voluntad ideológica de destrucción de lo que ya es, exactamente desde 2010, un manifiesto explícito y una prueba tangible de la concordia ciudadana. Vale ya de andar revisitando, una vez y otra, el pasado.
 No es posible, en efecto, reescribir la historia. No lo es, salvo en alguna distopía de Orwell o Huxley: de Hitler, de Mao, de Lenin, de Maduro, de Kim Jong-un… No creo, sinceramente, que Guardiola, Ensenyat o Noguera quieran entrar en esta lista. Aquí la ficción y la realidad se mezclan peligrosamente y se diluyen la una en la otra hasta convertirse en lo mismo: una lengua de lava encendida, lenta y tortuosa, de la que urge salir cuanto antes. Construir el futuro y dejar de pisotear el pasado podría ser la mejor manera. ¿Hay otra?


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