«Corre, escóndete, avisa o pide ayuda». Estas son las tres
tristes recomendaciones (en el original: run,
hide, tell) que la policía británica dio a la ciudadanía, vía Twitter,
mientras se estaba viviendo en Londres el intempestivo clima de terror propio
del último atentado terrorista. La frase no nos deja en una posición demasiado
halagüeña ni airosa; al contrario, la violencia física nos resulta desde
siempre repugnante, ajena, terrorífica. Lo demuestra, por desgracia, el heroico
ejemplo de Ignacio Echeverría que,
por ayudar a una mujer agredida, se dejó la vida entre la inocencia lúdica de
su monopatín y el filo sangriento del cuchillo jamonero de los terroristas.
Descanse en paz.
En Mallorca, los héroes son otros. Sus circunstancias
también lo son. Me refiero a los pocos estudiantes que se atrevieron a pedir que
les dieran el examen de la temida selectividad en castellano. No acaba de ser
un acto heroico, eso es cierto, pero no es, tampoco, un acto baladí. En efecto,
no es nada fácil para unos adolescentes separarse de la silenciosa y pasiva
homogeneidad de los compañeros, levantar públicamente la mano y pedir la proscrita
fotocopia con la traducción al castellano de las preguntas de un examen en el
que, quizá, les vaya mucho más de lo que suponen. Parece que los esfuerzos de
Ciudadanos y Xavier Pericay, así
como los del colectivo “PLIS. Educación,
por favor”, empiezan a dar sus frutos. Nos alegramos.
¿Estoy comparando Londres, en plena carnicería terrorista,
con la situación en las aulas palmesanas y la asombrosa dictadura lingüística impuesta
por gentes como Jaume Sastre, que ha
llegado, incluso, a dimitir como miembro del tribunal en protesta por la simple
existencia del derecho a esa mísera fotocopia en castellano? No, claro que no.
El territorio es sólo el lugar donde los seres humanos y las circunstancias
danzan y se contorsionan, se agarran y se abrazan o zarandean en busca de
alguna alianza más o menos duradera que nos permita, finalmente, salir adelante
de la mejor manera posible.
La vida puede, tal vez, resumirse en eso: en salir adelante
contra viento y marea, en lograr alcanzar el lugar exacto que nos corresponda
por nuestros méritos sin que nadie pueda sentirse molesto, agraviado o
sorprendido por ello, sin que nadie, en fin, pueda hacerse cruces de por qué
estamos donde estamos. Podría ahora preguntarme qué demonios pinta todo un
ilustre capitán de barco de rejilla, como Jaume Sastre, en un egregio tribunal
calificador de la selectividad, pero no lo haré porque los designios del Señor
son siempre inescrutables. Acaso las tres tristes recomendaciones de la policía
británica no estarían de más en un territorio tan complejo como el de la
educación en nuestras islas, vaya que sí.
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