El paraíso perdido
Cuando nos imaginamos el paraíso, pensamos, tal vez, en un
lugar tranquilo y accesible, de dimensiones humanas y aspiraciones manejables,
en un lugar donde todo parece estar al alcance de la mano, donde el clima es
normalmente benévolo y donde la existencia, en fin, acaba deviniendo un ritual
más o menos inconsciente, una rutina casi natural, biológica, sin más
complicaciones que las que crea, de vez en cuando, la creatividad (o la falta
de creatividad) de cada uno y cada cual. Podríamos decir, pues, y sin ningún temor
a estar exagerando en demasía, que Mallorca, sin tener que ir mucho más lejos, nos
vale perfectamente como magnífico ejemplo de ese paraíso arquetípico y hasta estereotipado
con el que, a veces, soñamos retorciéndonos tanto de placer como de dolor.
Así es, en efecto. La misma voz que nos dice, nos susurra, nos
deletrea desde las tinieblas de alguna insoportable pesadilla, que el paraíso
nos fue arrebatado en algún descuido fatal que tuvimos una noche cualquiera que
ya no recordamos, también nos dice, esa misma voz nos dice, nos susurra, nos
deletrea que llevamos toda la vida (y lo que nos queda) refugiándonos entre sus
árboles del bien y del mal, recostándonos en sus dunas de arena, disfrutando de
su refulgente sol y recorriendo sus angostas callejuelas de piedra tan repletas
de antiguas y benévolas sombras, de turistas y viandantes, como, por desgracia,
de mendigos durmiendo a la intemperie (en el Pasaje tan literario como
abandonado de la calle Olmos, por dar una pista a las autoridades que debieran
leernos y no nos leen) y de basuras de todo tipo sin recoger. No existe otro
paraíso que el paraíso perdido. Es una putada. Un golpe bajo. Vaya si duele.
Pero tampoco hay que darse mucha importancia. Tenemos
nuestros mendigos como tenemos nuestros políticos, nuestros comisarios
lingüísticos y nuestros críticos literarios; y si nos cuesta tanto diferenciarlos
es porque todo anda revuelto y hay demasiada basura expuesta. Eso sí, nuestras
basuras son nuestras: son lo más nuestro que tenemos. Pues igual sucede con el
paraíso. El paraíso que hemos perdido es el mismo aquí que en todas partes: en
todas partes existen ángeles degradados, ángeles caídos, que alguna vez fueron
seres humanos, pero que ya no lo son. No pueden serlo, porque no recuerdan
haberlo sido. Es así como el paraíso va perdiendo sus virtudes y se convierte en
una obsesión o una quimera, la constatación de que todos acabaremos siendo esos
mismos mendigos a la intemperie de la calle Olmos, porque sólo somos un
recuerdo fugaz que regresa, una sombra famélica que, al fin, se arma de valor
suicida y se deja deslumbrar por la luz; es, entonces, cuando se muestra tal
cual es. La luz la aniquila y, salvo su última sonrisa, todo lo demás desaparece.
Etiquetas: Artículos, Creación, Literatura, Relatos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home