El abrazo del oso
La Telaraña en El Mundo.
La noticia es triste y dura. La Guardia Civil ha detenido en
Mallorca a varios miembros del clan de los Maldonado
que se dedicaban a robar a personas de avanzada edad mediante el procedimiento
del «abrazo amoroso». Esto es el colmo. Ya no se puede llegar a ser un venerable
anciano, a quien los abrazos deberían lloverle por solidaridad, admiración o
simplemente ternura, sin que suceda todo lo contrario y algunos desalmados les
abracen sólo para dejarles sin reloj y sin cartera, sin ese reloj que llevan lustros
mimando para que no se detenga y sin esa cartera de piel muy arrugada donde las
migajas de la pensión naufragan como anclas dormidas en el espejismo titubeante
de una clepsidra, en el lecho de un mar desarmado y medio vacío.
Creo que, en general, no soy demasiado efusivo. No acostumbro
repartir besos sin ton ni son como sí hacen muchos. Tampoco tengo el menor
interés en estrechar las manos de los conocidos o por conocer con los que me
tropiezo ni se me ocurre, por supuesto, abrazarles como si hubiera, de repente,
perdido el equilibrio y los necesitara para no dejarme engullir por no importa
qué profundas arenas movedizas. Nada de eso. Tiendo más a guardar las
distancias y medir los tiempos, sin olvidar, por supuesto, que hay besos y
besos, abrazos y abrazos, y que todo depende, al final, de quién sea la persona
que nos bese o abrace. La física
acaba siendo fundamental cuando hablamos de la química entre las personas.
Con todo (y dejando de lado, por esta vez, la vileza moral
de algunos delincuentes o la degradación general de las relaciones humanas) creo
que la clave del abrazo perfecto es inmovilizar del todo a la persona abrazada,
dejarla tiesa, sin respiración, exhausta de sorpresa, felicidad y alivio,
finalmente, al librarse de las garras amorosas del oso. Pasa, sin embargo, que
hay diferentes clases de oso. Están, por ejemplo, el joven barbado y con raspas
y la chica alegre, rebelde y con causa, con exuberantes, con generosas
intenciones; y con un abrazo, entre ideológico y carnal, que siempre se convierte
en el postureo idóneo para una foto que alguien subirá, seguro, a las redes sociales,
porque hay que crear opinión y mantenerla y no enmendarla.
Está, también, la antigua amistad, la que ya habíamos, de
hecho, olvidado por completo, que nos detiene, de repente, para abrazarnos como
si se tratara de bailar agarrados en alguna pista de baile del pasado y
acariciarnos, así, el lomo, la espalda y la médula de los recuerdos: le
agradecemos el masaje porque sabemos, pese a todo, que la amistad es algo importante
y un reencuentro feliz es siempre un buen pretexto para convertir la ficción de
la nostalgia en algo tangible y real, en algo por lo que merece la pena seguir
viviendo. Incluso en Navidad. Felices fiestas.
Etiquetas: Artículos
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