Los suicidas
La Telaraña en El Mundo.
Todos estamos siendo puntualmente informados de la gran
cantidad de personas que el tráfico rodado de nuestras carreteras se va
llevando por delante o por detrás, día a día, hora a hora, puente festivo a
puente festivo: se va llevando por delante, directamente a la oscuridad
innombrable del otro barrio, o se va llevando por detrás, hacia la incierta y
espectral luz blanca de las salas de los quirófanos, las lentas y sudorosas colas
de la rehabilitación ortopédica, la inmovilidad resignada o la crispación inasumible
de los que nunca volverán a ser los que fueron. Nunca se vuelve a ser quien ya
se ha sido, pero cómo explicárselo al que no lo sabe o no lo siente así. Es que
no hay manera.
Todos estamos, asimismo, siendo puntualmente informados de
la gran cantidad de personas que son víctimas de multitud de circunstancias
adversas y, sobre todo, injustas. Pienso en los malos tratos, por ejemplo, que
los más fuertes infligen a los más débiles. O en la violencia más o menos
sexual, machista, doméstica o, quizá, de género. Pienso en el acoso constante,
la manipulación y el sectarismo piramidal en las escuelas y las redes sociales.
O en el dolor y la desolación, la devastación personal y familiar que produce
el abuso del alcohol y las drogas. Pienso en las armas de destrucción
absolutamente masiva que, nos guste o no, estamos ayudando a mantener entre todos
cuando nos vence la comodidad, la inercia rutinaria del pensamiento y nos
dejamos llevar a favor de corriente hasta desaguar, como no podía ser de otra
forma, en el mismísimo vacío: en ese lodo acomplejado y populista, en esa llaga
infecta donde el lenguaje en vez de ser un afilado bisturí acaba siendo una
venda inútil en la herida y también en los ojos, una asfixiante mordaza en el
pensamiento que habría de desentrañarla y que ya no podrá, por desgracia,
hacerlo.
No se nos informa, sin embargo, de otras muchas cosas; de
algunas, directamente, porque ni nos enteramos y de otras, porque algún pesado
estigma o tabú se ha posado sobre ellas, como sobre nosotros. Me refiero, por
ejemplo, al elevadísimo número de suicidios consumados que se producen en la
sociedad en que vivimos y morimos. Estaríamos hablando, aquí en las Islas, de
casi el doble de fallecidos por suicidio que por accidente de tráfico. Ahí es
nada. Huelga decir que coincido con Javier
Torres, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Baleares, en que
conviene que la sociedad sea informada de este problema sin temer, por
supuesto, a ningún posible efecto rebote de contagio por imitación o lo que
fuere. El principal y, quizá, más célebre pensador, analista, fabulador,
desmitificador y hasta propagandista del suicidio fue mi admirado Emil Cioran y, sin embargo, murió a los
84 años. De viejo, claro.
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