El parking de Olmos
La Telaraña en El Mundo.
No sé si algún selecto miembro de Cort, que ya demostrara en
el pasado que no le gustan, en absoluto, las terrazas más o menos
multitudinarias o pintorescas de los bares, está estos días de lluvia, viento y
tormentas con nombre propio y de mujer, frotándose las manos. Quizá sí. Quizá
no. Resulta que la peculiar legislación urbana en vigor está ofreciendo a quien
guste la penúltima gran ocasión, tal vez, de cargarse de un plumazo unas
cuantas terrazas y hasta de convertir una calle peatonal en un auténtico
guirigay de coches entrando y saliendo de un aparcamiento subterráneo por entre
la copiosa riada humana que transita, a casi todas horas, la calle Olmos.
Espero que se imponga la cordura, pero habrá que ver si es así.
Hubo un tiempo, si mi memoria infantil no me falla, que los
coches de la época, los 600, los Simca 1000 o los 2CV que nunca volcaban,
bajaban por Olmos dando tumbos desde San Miguel a la Rambla y yo, como otros
muchos niños, jugaba a sortear peatones y coches y también motocicletas negras
y raquíticas por sobre una acera donde no había espacio ni para detenerse a
mirar un escaparate sin provocar un atasco morrocotudo.
Luego, mucho más tarde, y hasta hace unos cuatro o cinco
años, veía desde mi casa el tejado, repleto de nieve en un memorable par de
ocasiones, que guardo en fotografía, de la añorada Llibres Fiol, la mejor
librería de viejo que ha existido en Palma; o la mejor que he conocido, que
viene a ser lo mismo, aunque no lo sea. Pero esa librería desapareció como
tantas otras cosas y, desde entonces, aparte de venderse y comprarse menos
libros en Palma, están construyendo en su lugar (y no descansan ni los
domingos) un edificio de viviendas al que se le acaba de descubrir, a buenas
horas, mangas verdes, un garaje con puerta de entrada y salida por Olmos.
El desaguisado, se mire por donde se mire, es mayúsculo,
absurdo, insólito; es una auténtica locura, que ha movilizado al barrio entero
(le han salido al barrio fervientes asambleístas de por todos los lados: hay
que verlo para creerlo) y que no parece dejar en buen lugar ni al anterior
consistorio, que dio por buena esta imperdonable anomalía administrativa, ni al
actual, que de momento, y como en casi todo lo que le concierne, parece no
saber a qué atenerse y habla, murmura, resopla, masculla, en fin, sobre compaginar
lo que, en el reducido espacio de esta calle principal de Palma, no tiene otra solución
que el cierre, la clausura inmediata del garaje o la prohibición de que circule
por él vehículo alguno salvo, tal vez, en horas nocturnas. Por ejemplo, cuando
el camión de Emaya despierta a todo el vecindario y el agua a presión recorre
la calle y la limpia y se lleva también nuestros sueños más profundos. Al garete
con ellos. Qué pesadilla.
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