LA TELARAÑA: El parking de Olmos

martes, diciembre 12

El parking de Olmos


La Telaraña en El Mundo.



 No sé si algún selecto miembro de Cort, que ya demostrara en el pasado que no le gustan, en absoluto, las terrazas más o menos multitudinarias o pintorescas de los bares, está estos días de lluvia, viento y tormentas con nombre propio y de mujer, frotándose las manos. Quizá sí. Quizá no. Resulta que la peculiar legislación urbana en vigor está ofreciendo a quien guste la penúltima gran ocasión, tal vez, de cargarse de un plumazo unas cuantas terrazas y hasta de convertir una calle peatonal en un auténtico guirigay de coches entrando y saliendo de un aparcamiento subterráneo por entre la copiosa riada humana que transita, a casi todas horas, la calle Olmos. Espero que se imponga la cordura, pero habrá que ver si es así.
 Hubo un tiempo, si mi memoria infantil no me falla, que los coches de la época, los 600, los Simca 1000 o los 2CV que nunca volcaban, bajaban por Olmos dando tumbos desde San Miguel a la Rambla y yo, como otros muchos niños, jugaba a sortear peatones y coches y también motocicletas negras y raquíticas por sobre una acera donde no había espacio ni para detenerse a mirar un escaparate sin provocar un atasco morrocotudo.
 Luego, mucho más tarde, y hasta hace unos cuatro o cinco años, veía desde mi casa el tejado, repleto de nieve en un memorable par de ocasiones, que guardo en fotografía, de la añorada Llibres Fiol, la mejor librería de viejo que ha existido en Palma; o la mejor que he conocido, que viene a ser lo mismo, aunque no lo sea. Pero esa librería desapareció como tantas otras cosas y, desde entonces, aparte de venderse y comprarse menos libros en Palma, están construyendo en su lugar (y no descansan ni los domingos) un edificio de viviendas al que se le acaba de descubrir, a buenas horas, mangas verdes, un garaje con puerta de entrada y salida por Olmos.
 El desaguisado, se mire por donde se mire, es mayúsculo, absurdo, insólito; es una auténtica locura, que ha movilizado al barrio entero (le han salido al barrio fervientes asambleístas de por todos los lados: hay que verlo para creerlo) y que no parece dejar en buen lugar ni al anterior consistorio, que dio por buena esta imperdonable anomalía administrativa, ni al actual, que de momento, y como en casi todo lo que le concierne, parece no saber a qué atenerse y habla, murmura, resopla, masculla, en fin, sobre compaginar lo que, en el reducido espacio de esta calle principal de Palma, no tiene otra solución que el cierre, la clausura inmediata del garaje o la prohibición de que circule por él vehículo alguno salvo, tal vez, en horas nocturnas. Por ejemplo, cuando el camión de Emaya despierta a todo el vecindario y el agua a presión recorre la calle y la limpia y se lleva también nuestros sueños más profundos. Al garete con ellos. Qué pesadilla.


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