El paso del tiempo
La Telaraña en El Mundo.
Tengo sensaciones contradictorias sobre el paso del tiempo.
Sobre el paso inexorable del tiempo, me digo, mientras jugueteo con un pinball
virtual -un videojuego- y recuerdo aquellos pinballs mastodónticos con los que
jugaba en algunos bares cuando aún no había tragaperras y la gente se echaba el
humo del tabaco a la cara y no pasaba absolutamente nada. Nunca pasa
absolutamente nada, salvo el tiempo que pasa y no se detiene y sigue pasando y nos
deja recuerdos, algunos placenteros y otros insoportables, recuerdos como
cardenales grabados a fuego en la piel, el cuerpo, el alma, en el larguísimo
catálogo de lo que somos y hemos sido, de lo que seguimos siendo, de lo que
algún día, tal vez, llegaremos a ser. No hay que perder la esperanza.
Pasa con el tiempo, igual que con nosotros, que la forma en
que vivimos va cambiando muy mucho con el paso, entre lento y atropellado, de
los años. En efecto, me miro en el espejo y me veo mucho más joven y fuerte de
lo que soy o, al contrario, me veo viejísimo y abrumado, en fin, por vaya usted
a saber qué sucesión infinita de días y noches repetidos, qué soledad de siglos
auscultándome en ese mismo espejo donde parezco estar confinado desde que era
un niño, un adolescente, un joven, una persona adulta, un anciano precoz o
definitivo, un fulgor por nacer o ya agotado, un golpe misterioso del azar en
el mosaico azul oscuro del firmamento, en el polvo sin cuajar de las estrellas fugaces
que seguramente somos. Es verdad, podemos ser cualquier cosa.
Pasa el tiempo, decía, y nosotros, la mayoría de nosotros,
al menos, mejoramos en algunas cosas y empeoramos en otras. No sé si el balance
final es positivo o no; de hecho, tanto me da. Tengo un armario repleto de cosas
que escribí en otro tiempo, de papeles repletos de proyectos e ideas, de folios
arrugados, de recortes de prensa, revistas y suplementos literarios en los que
participé de algún modo. Si me atreviera a desempolvarlos observaría que ya
amarillean, que ya se cuartean, que ya el tiempo corroe sus entrañas vegetales,
su pasado de papel y tinta y su futuro de ignoro qué extraña sustancia, qué inmensa
soledad, qué silenciosa ausencia. Todo lo que escribimos es, quizá, lo que
finalmente somos. O lo que nos gustaría haber sido.
Tengo sensaciones contradictorias sobre el paso del tiempo. El
dolor y el placer del pasado me parecen un simple cosquilleo infantil comparados
con el dolor o el placer del instante presente. De este instante en que, de
alguna manera, convoco todos mis fantasmas personales y me pongo a escribir estas
líneas sobre el tiempo y soy absurdamente feliz porque sé que el tiempo no se
detendrá a juzgarme: pasará de largo, mientras yo intento descifrar mi propia
letra, mi propio conjuro: la asombrosa receta de la existencia.
Etiquetas: Artículos, Creación, Literatura
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