Elogio de la soledad
La Telaraña en El Mundo.
Es posible que escogiera este higiénico y vital trabajo de
ordeñar (y ordenar) palabras para la prensa escrita, porque era el trabajo -o lo
que fuere que sea- que mayor grado de soledad e independencia, de introspección
y, a la vez, de contacto con la actualidad, me permitía mantener contra viento
y marea: me permite, en fin, hacer lo que más me gusta, escribir, sin tener que
soportar demasiada gente extraña revoloteando a mi alrededor, porque nunca
(salvo algunos meses en una vieja cabecera de la competencia) tuve que preocuparme
lo más mínimo por hacer acto de presencia en la redacción del periódico ni por atender,
tampoco, a los caprichos de los compañeros, del redactor jefe o del mismísimo
director.
Al mismo tiempo, y desde hace siglos, tampoco hace falta, miel
sobre hojuelas, llevar en mano a la redacción los folios medio taladrados,
recién sacados de la bellísima y ruidosa Olivetti, o la siempre discreta, siempre
demasiado discreta, factura mensual de las colaboraciones, que eso sí que era
absolutamente obligatorio hacerlo cuando todavía no existía Internet tal y como
lo conocemos ahora y no podíamos andar enviando textos y pretextos a todas
horas. La ubicuidad actual que nos brinda la tecnología juega a favor de la
soledad. Nos aísla, en efecto, pero quizá no sea realmente así y, además, quién
quiere más compañía de la que ya tiene si la sociedad se ha convertido, en tan
sólo unos pocos años, en una auténtica aglomeración más o menos informativa o
desinformativa, en un enorme enjambre enloquecido de opiniones y contra
opiniones; y la única música (ensordecedora) que no cesa nunca en esta ruleta
rusa de la guerra cibernética es el maldito rumor de la especie quejándose de
sus propios dolores e insuficiencias (el sueldo, la pensión, el trabajo, la
justicia, el cielo y la tierra en ruinas), propagando sus irreductibles fobias
y filias ideológicas mediante todas las formas posibles de la violencia
dialéctica, tribal, étnica, incluso caníbal y depredadora, que creíamos haber
superado. Pero no.
La soledad es, con el paso del tiempo, el amor, el sexo y la
muerte, uno de los grandes temas de siempre. No hay forma de hablar de los
demás sin hablar de uno mismo; y no hay forma de hablar de uno mismo sin
alejarse de todos, sin ensimismarse de tal forma que el conocimiento prenda en
nuestro interior y que su llama, aparte de abrasarnos, nos sirva de candil y farolillo,
de linterna bajo la que ver, auscultar y descifrar, tal vez, el mundo. La
soledad como medio (higiénico y vital) para conocer a los demás y, llegado el
caso, empatizar con ellos, sentir el hecho de ser distintos, pero, también,
terriblemente parecidos, si no iguales; no es ninguna absurda contradicción. Es
lo que uno ve cuando se mira y aguanta la mirada.
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos
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