La libertad y la expresión
La Telaraña en El Mundo.
En muchas más ocasiones de las que puedo enumerar aquí, el
arte no es, en realidad, arte, sino otra cosa muy distinta. Una provocación
ideológica, un panfleto visual, una muestra magnífica de hasta dónde pueden
llegar la mendicidad cultural y la impostura para darle al público lo que habrá de alimentarle, es un
por decir, en su viaje diario a través del inmundo lodazal de las redes sociales,
su pueril engaño, su vulgar artificio, ese alud de voces que parecen múltiples
y también dispares y que, sin embargo, son todo lo contrario: la voz única de
la estulticia clamando como si estuviéramos en el desierto y remolinos de arena
nos engulleran. No es así. Ya no hay apenas arena en las playas (salvo en las
de nuestra infancia) y en la actualidad, los desiertos son el lugar del que
venimos huyendo desde siempre: el lugar que nunca lograremos abandonar por
completo. Así es la vida.
Con todo, pasan cosas y hay que contarlas. «¡Fascistas,
fascistas!» mascullaba un hombre ya entrado en años, primero a mis espaldas y
luego, enseguida, justo a mi lado. «Pues sí, fascistas», pensé en voz alta mirando
al vacío mientras el sol caía vertical sobre nosotros, dos absolutos
desconocidos en plena Plaza de España, observando, entre los turistas que iban
o venían, la instalación fotográfica de Santiago
Sierra. La instalación o lo que sea. Ese panegírico de Oriol Junqueras y los demás presos catalanes. Ese panegírico contra
la concordia y contra la libertad que fue censurada en ARCO y prohibida en el
Parlamento Europeo y que, sin embargo, tanto gusta a nuestro excelentísimo Ayuntamiento
y a los procaces organizadores de la “Setmana per la Llibertat d'Expressió” que,
por cierto, finaliza pasado mañana, domingo. Menos mal, porque ya es hora de
que dejen de ensuciar los puentes sobre la Riera con sus lazos amarillos de
importación.
Luego, más tarde, creo que fue al día siguiente, un grupo
más o menos ultra y más o menos desconocido no tuvo mejor ocurrencia -por
decirlo de algún modo- que rebajarse a cometer el más innoble de los actos, el
de dejarse vencer por la barbarie y pintarrajear esas fotografías de Sierra
que, aunque parezca todo lo contrario, estaban hechas, precisamente, para que
algún idiota del mismo calibre (aunque opuesto) las destrozase. Es así, a
través de la sombra alargada de la barbarie, como se van cargando de razones
los otros bárbaros y la noche oscurísima de la humanidad se convierte en una
reunión de bárbaros donde la razón no está invitada y los dioses que rigen la
vida y la muerte se miran a los ojos y sienten tanta vergüenza de la raza
humana que obligan a los hombres a destruir sistemáticamente todo lo que hagan,
unos y otros. La verdad es que así, por desgracia, no hay forma de construir absolutamente
nada.
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