Héroes y tumbas
La actualidad va de lazos amarillos que unos ponen y otros
quitan; va de manteros y también de ocupas más o menos envalentonados al
saberse protegidos por los que pretenden ser sus iguales, sus semejantes, sus
hipócritas valedores políticos en el enjambre kafkiano de las administraciones,
como Aligi Molina y Aurora Jhardi en Palma o la alcaldesa Colau en Barcelona; va de emigrantes
saltando las vallas con concertinas de la libertad o la ignominia a golpe de
sangre, ácido y cal viva. Va de los malditos y, al parecer, inolvidables huesos
del dictador enterrado en un fastuoso mausoleo que no se me ha ocurrido visitar
en ninguna de las veces que he viajado a Madrid o sus alrededores: será que las
exigencias del presente sólo me dejan perder el tiempo donde merece, de veras,
hacerlo: en el Museo del Prado, el Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza o el
Arqueológico Nacional. En las calles y tabernas donde nunca acaba de anochecer
o de amanecer. En las pequeñas galerías del alma donde algunos exponen su vida
con la generosidad de que quien entrega todo lo que tiene como si no fuera
suyo. O como si lo fuera y quisiera partir de viaje lo más ligero de equipaje
posible.
En efecto, hay tanto que ver en Madrid (como en Palma o
cualquier otra ciudad del mundo) que lo último que uno iría a visitar de buen
grado son los huesos yacentes bajo una losa de granito pulcramente grabada con
un nombre y un apellido de muy mal recuerdo. De mal fario. O de muy dudoso
gusto, al menos.
Hago recuento y reparo, aunque sin demasiada emoción, en que
he visitado a lo largo de los años bastantes cementerios en busca del último
descanso de cadáveres más o menos ilustres o, quizá, exquisitos. He intentado,
no siempre con éxito, captar el silencio, la soledad, el desencanto o la húmeda
tristeza que acaba rodeando a unos y a otros: a Piaf, Wilde, Modigliani, Proust, Chopin, Callas, Delacroix o Jim Morrison,
por ejemplo, en el cementerio Père-Lachaise, en París. A Foucault, Zola, Truffaut, Degas o Dumas en el
cementerio de Montmartre, a unos pasos del terrorífico hotel en que me alojaba.
A más de treinta mil judíos errantes en el cementerio de Praga. La tumba de Karl Marx en Highgate, Londres, y la
envejecida frase “Workers of all lands, unite” (Obreros del mundo, uniros). A Duke Ellington, Miles Davis o Herman
Melville en Woodlawn, Nueva York. Está claro que sobre héroes y tumbas
habría mucho que escribir, como ya hiciera, entre otros, Ernesto Sábato. Mucho que escribir y mucho que olvidar, mucho que
ir filtrando para separar la paja del grano, porque los huesos ya sólo son
arenilla y el reloj del tiempo va dando vueltas sin detenerse en las astillas
que se nos clavan nadie sabe cómo y que tanto nos parecen preocupar; y no
debieran, en absoluto.
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos
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