El No y el Sí
La Telaraña en El Mundo.
No sé si reír o llorar, si dejarlo correr todo por la
torrentera hacia lo inevitable o si dar un rodeo y seguir contemporizando: ya
se sabe que nunca pasa nada, salvo nosotros. Nosotros sí que pasamos. Con todo,
el mundo empieza a ser un mal lugar, un patio de ladrillo rojo al sol abrasador
de una residencia para locos de atar, una mezcla altamente tóxica de ingeniería
social, por una parte, y de inconsciencia, abulia o desencanto, por la otra; y
lo peor es que ya no sabemos en qué parte (o de qué parte) estamos, porque el
Estado empieza a ocuparlas ambas, la suya y la nuestra, la que debería
limitarse a gestionar los recursos de todos y la que usan para maleducarnos en
el desconcierto, domesticarnos, violar y masacrar nuestra intimidad, venderla
al mejor postor y convertirnos en marionetas teledirigidas de una farsa -entre la
gran nube del Big Data y el cielo estrellado de la República Imaginaria de las
Redes Sociales- que maldita la gracia tiene.
No tiene ninguna gracia. Me llegan multitud de memes, más o
menos pertinentes o impertinentes, sobre el No y el Sí de las mujeres. O lo que
es lo mismo, sobre el origen y el desarrollo de las relaciones (tan complejas
como necesarias) entre los hombres y las mujeres, sobre ese magnífico,
turbulento y biológico conflicto que mueve el mundo desde el principio de los
tiempos, desde Adán y Eva y el instante fundacional del
ofrecimiento de la manzana envenenada, ávida de vida, de ese bocado en la fruta
húmeda de la transgresión, el nacimiento de las ansias de libertad: la
confirmación de la experiencia sexual como la más parecida a la del descubrimiento
de uno mismo en la otra y viceversa, la liturgia o el milagro que anula los
límites y convierte al hombre y la mujer en el mismo ser palpitante bajo la
sombra indecisa del más viejo de los árboles, el Árbol del Conocimiento del Bien
y del Mal.
Pero legislar sobre todo esto, más allá de la perentoria
defensa del más débil, es perder el tiempo. Es divagar sobre un No o un Sí
explícitos, tajantes, sin gracia ni matices, sin virtud ni, por supuesto,
pecado. Un No y un Sí dialécticos que, sin embargo, no parecen tener en cuenta
la complejidad de la naturaleza humana, las revueltas hormonales que el deseo
obra en todos (y en todas: ¿por qué me obligan a masacrar la gramática?), las
vacilaciones, el entusiasmo ciego o ilustrado y los arrebatos que nos asolan, a
veces, en el transcurso de la ronda nocturna a través de la Vía Láctea que es
la vida, a lo largo de ese viaje por entre las constelaciones, sus espejismos,
sus agujeros negros y esa música solemne y, a la vez, callada (terroríficamente
silenciosa) que suena afuera y también adentro, que suena ubicua y eterna, que
suena torrencial y al compás de uno mismo: según el vaivén de los sentimientos.
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