LA TELARAÑA: 1137 pases

viernes, julio 6

1137 pases


La Telaraña en El Mundo.



 Con el paso del tiempo vamos cambiando de sueños casi tanto como de pesadillas. Así, cada año, cada lustro, cada década -cada día de nuestras vidas- nuestros sueños se perfilan de un modo distinto y nos plantan cara con un empeño, un entusiasmo o una urgencia nueva, inacabada, temporal: sublime. Hay días y noches en que soñamos lo que sea que tengamos por costumbre soñar -soñar y vivir son asuntos muy personales- y nos despertamos asustados, sudorosos, agotados: esos sueños, entonces, ya no nos pertenecen porque los hemos agotado sin llegar a consumarlos o porque nunca los merecimos del todo: no es fácil, en efecto, estar a la altura de los propios sueños. Los sueños verdaderos son muy puñeteros y a la mínima que les damos la espalda se difuminan y hacen como si desparecieran y no hay forma, luego, de distinguirlos de tantos otros sueños como nos rondan tan sólo para confundirnos, alejarnos de nosotros mismos y convertirnos en otros, someternos a los deseos ajenos, convertirnos en esclavos más o menos dóciles de la gran mentira institucionalizada en que vivimos.
 Con las pesadillas pasa algo parecido, pero peor. La peor pesadilla es siempre la última. Llevábamos años, lustros, décadas, pensando que nunca iríamos más allá de la maldición de cuartos y nos habíamos acostumbrado a reencarnarnos, cada noche y cada cuatro años, en Julio Cardeñosa, por ejemplo. O en Luis Enrique. Avanzábamos despacio con el balón hacia la portería de Brasil mientras el defensa Amaral crecía de tamaño y la portería menguaba y las piernas se nos hundían en el fango y el tiempo andaba lento y como detenido y Tassotti, entonces, soltaba el codo y la nariz nos estallaba y llorábamos sin consuelo por las costuras del alma pidiendo penalti, pidiendo justicia, pidiendo cualquier cosa, pidiendo despertar, por ejemplo, a un VAR que todavía no existía.
 Luego vino el gol de Iniesta y ese paréntesis de varios años en que no tuvimos pesadillas, pero tampoco sueños, porque siempre se nos aparecía Casillas despejando el balón que un desquiciado Robben le enviaba una vez y otra, sin éxito. Y así hasta ahora. El domingo pasado España realizó 1137 pases ante Rusia. Creo que nunca me había aburrido tanto con un partido de esta índole. Creo que nunca había deseado tanto que el partido tocara a su fin, que alguien echara a los jugadores del campo y les gritara, atronador, que el objetivo del fútbol es enviar un pase al fondo de la portería contraria, un pase a las espaldas del portero, a ese lugar indefinido donde el mundo es una tela de araña que tiembla y una multitud que salta, grita, vibra, una multitud que ahora deberá volver a sus pesadillas más antiguas, a Cardeñosa o Luis Enrique, porque la historia es circular y siempre se acaba volviendo al principio. Al origen.


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