Entre Auschwitz y Maldoror
La Telaraña en El Mundo.
De tanto opinar. De tanto decir la nuestra en ese enjambre
de las voces y los ecos que son los muros de las redes sociales donde nos
estrellamos una vez y otra. De tanto mirar el mundo y no distinguir nada, salvo
sus interminables listas de bajas, sus facciones irreconciliables, sus
arrabales enfrentados: ese gentío que corre en busca de una salida que no
existe. De tanto observar las constelaciones del universo y no poder, sin
embargo, escapar de los espejos volados de sus salones de niebla (como de
aquellos otros puentes gélidos tendidos sobre el vacío y la muerte donde se
intercambian verdades por mentiras o viceversa; y el espionaje y la propaganda
oficiales durante la guerra fría y antes y después y ahora eran y son la misma
cosa) ni de la música ronca de los gramófonos, porque no queda apenas aire en
el ambiente y la asfixia convierte el romántico baile en un estrafalario baile
de máscaras de oxígeno. O antigás. El mundo condensado en una viñeta de Spiegelman: Auschwitz, porque ya nadie
lee Los cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont.
De tanto opinar, sin saber. O de tanto callar aposta, porque
salvaguardar la intimidad consiste, también, en que nadie sepa lo que opinas,
porque tu opinión es absolutamente irrelevante; y lo sabes y tampoco sabes si
vas o si vienes y, mucho menos, si los demás van o vienen; y hay un atasco
monumental en todos los trenes subterráneos del universo, salvo en el de Palma,
que no sirve ni para perderse cuando necesitas estar solo, y los vagones
envueltos en llamas van repletos de sombras, de sombras negras, van repletos de
cuerpos amontonados, de cuerpos convertidos en llamas, fundidos los unos en los
otros y ardiendo: la humanidad entera en viaje hacia una estación fantasma a la
que no se sabe cuándo se llega, pero se llega. Se llega, se llega. O eso dicen.
De tanto opinar, sin que nadie, realmente, escuche a nadie.
La palabra, la frase, el zasca, el aforismo, el breve apunte a vuelapluma, el
insulto, el indulto, el meme, la voz herida que sangra y se desangra y tiñe de
rojo los andenes del infierno y las avenidas del cielo: ahí descansamos un
único instante y lo deseamos eterno. Ahí soñamos durante ese mismo instante que
la palabra existe y que todo lo que la palabra es capaz de nombrar existe, de
alguna manera, en nuestra imaginación, en nuestra consciencia, seguramente en
nuestra voluntad. Y es así, que ese cielo y ese infierno, tan repletos de
ángeles como también de adjetivos, son los lugares que nos rondan, asedian,
atemorizan o embelesan a lo largo y a lo hondo de nuestras vidas. No obstante,
nunca llegaremos a saber si esos lugares son como nosotros. Nunca sabremos si son
lugares físicos o gramaticales. Como nosotros. ¿Como nosotros?
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos
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