LA TELARAÑA: Entre Auschwitz y Maldoror

viernes, junio 29

Entre Auschwitz y Maldoror


La Telaraña en El Mundo. 




 De tanto opinar. De tanto decir la nuestra en ese enjambre de las voces y los ecos que son los muros de las redes sociales donde nos estrellamos una vez y otra. De tanto mirar el mundo y no distinguir nada, salvo sus interminables listas de bajas, sus facciones irreconciliables, sus arrabales enfrentados: ese gentío que corre en busca de una salida que no existe. De tanto observar las constelaciones del universo y no poder, sin embargo, escapar de los espejos volados de sus salones de niebla (como de aquellos otros puentes gélidos tendidos sobre el vacío y la muerte donde se intercambian verdades por mentiras o viceversa; y el espionaje y la propaganda oficiales durante la guerra fría y antes y después y ahora eran y son la misma cosa) ni de la música ronca de los gramófonos, porque no queda apenas aire en el ambiente y la asfixia convierte el romántico baile en un estrafalario baile de máscaras de oxígeno. O antigás. El mundo condensado en una viñeta de Spiegelman: Auschwitz, porque ya nadie lee Los cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont.
 De tanto opinar, sin saber. O de tanto callar aposta, porque salvaguardar la intimidad consiste, también, en que nadie sepa lo que opinas, porque tu opinión es absolutamente irrelevante; y lo sabes y tampoco sabes si vas o si vienes y, mucho menos, si los demás van o vienen; y hay un atasco monumental en todos los trenes subterráneos del universo, salvo en el de Palma, que no sirve ni para perderse cuando necesitas estar solo, y los vagones envueltos en llamas van repletos de sombras, de sombras negras, van repletos de cuerpos amontonados, de cuerpos convertidos en llamas, fundidos los unos en los otros y ardiendo: la humanidad entera en viaje hacia una estación fantasma a la que no se sabe cuándo se llega, pero se llega. Se llega, se llega. O eso dicen.
 De tanto opinar, sin que nadie, realmente, escuche a nadie. La palabra, la frase, el zasca, el aforismo, el breve apunte a vuelapluma, el insulto, el indulto, el meme, la voz herida que sangra y se desangra y tiñe de rojo los andenes del infierno y las avenidas del cielo: ahí descansamos un único instante y lo deseamos eterno. Ahí soñamos durante ese mismo instante que la palabra existe y que todo lo que la palabra es capaz de nombrar existe, de alguna manera, en nuestra imaginación, en nuestra consciencia, seguramente en nuestra voluntad. Y es así, que ese cielo y ese infierno, tan repletos de ángeles como también de adjetivos, son los lugares que nos rondan, asedian, atemorizan o embelesan a lo largo y a lo hondo de nuestras vidas. No obstante, nunca llegaremos a saber si esos lugares son como nosotros. Nunca sabremos si son lugares físicos o gramaticales. Como nosotros. ¿Como nosotros?






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