Ayudas al catalán
Me digo que me vendría bastante bien (y a quién no) alguna
que otra ayuda económica al catalán de esas que el Govern de Francina Armengol va dispensando
graciosamente según le dicta, de forma minuciosa, la insaciable OCB, día tras
día, mes tras mes, año tras año, legislatura tras legislatura. Al parecer sobra
el dinero público -esa expresión, qué morbo que tiene- para las radios y
televisiones, para los clubs deportivos, para la prensa afín o sin fin, pero en
catalán y, además, en catalán mandarín. O casi. Ahí quepo yo, me digo. Casi que
no puedo dedicarle veinte horas a la semana al catalán, porque mis artículos
van por palabras y caracteres con espacios y no por tiempo. Casi que no puedo,
tampoco, trabajar ni, mucho menos, vivir en catalán, porque la cuota de
autónomos empieza a apretarme muy mucho la nuez y ya me cuesta demasiado sobrevivir
en este batiburrillo de castellano y mallorquín medio y mal mezclados en que
vivimos, como para ponerme más exquisito que de costumbre y presumir de un don
de lenguas que, por desgracia, no poseo.
“El meu sastre es ric” escribo (y la frase, de inmediato, se
retuerce nerviosa en mi interior como si no estuviera del todo acabada y el
cuerpo y el alma, o ambos, me pidieran más, mucho más, muchísimo más) como
prueba infinita de buena, de buenísima voluntad; pero el ejemplo lingüístico me
vale para empezar a calcular cuántas palabras en catalán me darían derecho, tal
vez, a cobrar algún que otro subsidio lo más suculento y, sobre todo, público
posible. Me da que podría añadirle a este artículo incluso otra frase en
catalán. La estoy buscando. Pensando. Estoy en ello. De veras.
Ya puedo decirme y me lo digo, una vez y otra, lo bien que
me vendría alguna que otra ayuda económica al catalán. Al catalán que no soy,
porque nací en estas islas que no son de nadie: ni siquiera de sí mismas. El
problema es que no consigo olvidar (ni tampoco, a estas alturas, fingir convincentemente
lo contrario) que no soy ni puedo ser ese catalán modélico que pasea sus lazos
amarillos como sus aflautados perros y su ejemplar seny, su europeísmo ilustrado
de casi siempre, su cultura más que afrancesada, salvajemente pirenaica, su dadaísta
superioridad étnica, ese sueño tan de principio o fin de siglo, su sudorosa
ideología de burgueses enriquecidos a lo largo de las generaciones y los tantos
por ciento, su elegante y trasnochada, su olímpica voluntad de poder. No puedo
alcanzar esos estándares, me digo, mientras rumio alguna que otra frase en
catalán que recuerdo haber escuchado cuando era niño y todos los días eran
fiesta en la casa familiar: “No diguis dois, bossot!!” o “Ja en xerrarem tu i
jo”. Vaya, lástima que estas frases no me valgan para hacer méritos en catalán.
Son frases mallorquinas.
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos, Varios
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