LA TELARAÑA: Trágala

viernes, septiembre 14

Trágala


La Telaraña en El Mundo.





 Vivimos días relativa y civilizadamente convulsos. Sin embargo, somos y queremos seguir siendo muy poco dados al tremendismo. Nos parece irrelevante que gente como Josep Borrell, poco sospechoso de sectarismo nacionalista al menos hasta que le captó Pedro Sánchez, se líe la manta a la cabeza, le prendan llamas y llagas ilustradas en el subconsciente o caiga preso, aunque solo sea de forma fugaz, del influjo volcánico y abisal del lenguaje, de las turbulencias interiores de las palabras, del fluctuante ir y venir engañoso y (más)turbador de los conceptos.
 Tanto nos da, pues, si Borrell nos dice que Cataluña es una nación y nos ponemos a contabilizar en una báscula imaginaria los argumentos históricos, los rasgos costumbristas y hasta étnicos de que así sea o pueda ser. La verdad es que nos sobran naciones igual que nos sobran estados. Abro un par de enciclopedias y me demoro en sus mapas antiguos repletos de Estados que ya no son, pero que fueron. Y repaso la actualidad de esas naciones de naciones y me da que España no puede convertirse en una de ellas porque no basta un juego malabar de palabras, un galimatías más o menos tortuoso para escapar del destino, para huir de la retórica retorciéndose, dando vueltas sobre sí misma hasta disolverse en nada y desaparecer. Un sonoro trágala le habrá de poner punto final. No sé si ustedes me entienden.
 Poco importa, tampoco, si hojeamos con el ceño fruncido el calendario festivo local y no entendemos la razón de algunas celebraciones, la cicatriz revelada de algunos homenajes, la dentera producida por la caries o por la envidia abierta, como una herida revivida, de algunos festejos centenarios.  Fuimos árabes y acaso también judíos cuando Mallorca era aún Madina Majurqa y las huestes de Jaume I nos pasaron a cuchillo el 31 de diciembre de 1229. Vaya manera de terminar el año. O de empezarlo.
 Fuimos árabes y acaso también judíos cuando, varias décadas de asentamientos y diásporas después, el 12 de febrero de 1276, el rey Jaume II nos otorgaba la llamada Carta de Privilegis i Franqueses y nos convertía en flamante Reino de Mallorca. Tengo sobre la mesa los mapas de la época. Yo mismo los redibujo y luego los borro, al instante. Tengo sobre la mesa el estupor de los siglos. Yo mismo los convoco y luego los disuelvo, al instante. Quiero decir que me importa muy poco si los sectarios que nos gobiernan quitan diadas o se las ponen a pedir de boca (Hunky Dory: y recuerdo ahora un disco de David Bowie). Hay que ser muy como ellos son para preferir un día de exterminio, un día de apocalipsis sin más revelación que la crueldad humana, a un día de alba y gestación, de ilusiones y algarabía. Pero no hay problema. Un sonoro trágala les pondrá punto final. No sé si ustedes me entienden.



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