Escribir es, a la
vez, un acto de fe y de incertidumbre. De fe, porque presupone la existencia de
un mundo exterior y de otro interior; y de incertidumbre, porque nunca le
hallamos pruebas irrefutables a nada. De hecho, nos mecemos sin saber en qué
lado caeremos y, de ahí al vértigo, sólo va un paso. Ya está dado. ¡Cómo nos
distraen las paradojas!
Así, como la
I+D+i sólo brilla por su ausencia, son bastantes los científicos que ahora se
dedican a la poesía. O eso dicen los gurús culturales. Será que les sale más a
cuenta y que, a falta de laboratorios, les vale con un blog, un Ipad y algún
folio de papel, para que no se diga. O sí se diga, porque en España se dice
mucho más que se hace y así nos va, siempre de tertulias y con el bulo tóxico
del ruido de sables en los digitales del estiércol.
Con todo, me
alegra que los científicos husmeen en las brumas del pensamiento, en las
metáforas que todo lo abren, porque nunca nada estuvo cerrado. La guinda final
sería que en la UIB, por ejemplo, en vez de fabricarles argumentos a los
cerrajeros lingüísticos de turno, les aflojaran las tornas y engrasasen los
tornillos a los alumnos, por ver si hay forma de redimir a la generación que
viene, pero que, ay, no acaba de llegar.
Etiquetas: Artículos
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