Cuando lo que
determina el devenir de las cosas no es la realidad en sí misma, sino los
rumores de unos y otros, es que algo no funciona como debiera. Será que vivimos
instalados en la especulación, que podría no ser un mal sitio si supiéramos
cuál es, pero es que no lo sabemos. Así, por ejemplo, va Rato al Congreso y dice que su plan sobre Bankia era el mejor de
los posibles. Pues ni idea, es cierto, pero también lo es que encontraríamos
mil economistas que lo avalarían y otros mil que lo enviarían a galeras.
O va Montoro y se lamenta de que no hay
dinero. O Mario Draghi, sugiriendo
que quizá lo haya pronto. Y la prima de riesgo sube o baja según le peta y,
claro, nos ponemos a temblar o a desear que todos callen -y para siempre- para
ver si, con tanto silencio, se nos duerme la prima y tenemos aquí paz y allá
gloria. O lo que se le parezca. Pero está muy difícil.
Es como ver al
conseller Bosch pidiendo coraje y
perdón a los nuevos graduados de la UIB. Lo del coraje, perfecto, porque les
hará, como a nosotros, mucha falta. A espuertas. Pero, ¿y el perdón? ¿A qué
viene tanto guiño plañidero cuando uno, por propia voluntad, se supone que hace
lo que debe? Y si no es así, a qué espera para dimitir con urgencia. Igual es
que vivimos en un manicomio, sin saber quienes son los locos y quienes los
loqueros.
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