Unos hablan de la libertad de la mujer y otros de la libertad
del feto. O de su derecho a vivir, que viene a ser lo mismo. Pero aquí, en el interior
de este eventual torbellino alrededor del aborto, parece que las palabras no
alcanzan a decir lo que quisieran.
Nadie es nunca libre -o no del todo- de escapar a su propia
naturaleza, a su diseño cierto, pero opcional, de poder parir niños cuando se
tiene el cuerpo preparado para ello. O de intentar crecer y abandonar, entre sofoco
y llanto, el útero materno, si se está en esa delicada situación donde todo son
expectativas y sólo eso. O ni eso. El futuro es sólo una luz remota y cegadora.
Una ilusión óptica.
Por ello, ignoro qué hace el Govern de Bauzá impulsando leyes -junto a «Derecho a Vivir»- para
que las embarazadas vulnerables no aborten. ¿Las hay invulnerables? Pues igual sí
y yo en Babia. O quizá es que se desea elevar la tasa de natalidad, sin haber logrado
antes, ay, construir un mundo más habitable. Uno que invite, en fin, a crecer y
multiplicarse y no a lo contrario. Pero muy poco o nada puede hacer este
Govern, como cualquier otro, en el ámbito de estas complejas teologías que nos
remiten a un cielo o a un infierno que aún nos esperan. Seguimos en el limbo.
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