LA TELARAÑA: El precio justo

sábado, agosto 11

El precio justo

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que los condenados por corrupción deberían pagar el coste de su investigación como pide la Fiscalí­a?


 Sí. Tengo la sensación, pese a no saber, del asunto, ni la mitad, que la vida del corrupto de guante blanco -de pasillos y despachos, de teléfonos intervenidos y micrófonos ocultos, de cócteles eternos y sonrisas diplomáticas en busca de subvenciones, de estraperlo en las trastiendas, entrañas y aledaños del aparato político o social, de minucioso arqueo entre la líneas, no siempre diáfanas, de los boletines oficiales de la Comunidad Autónoma que se trate, que son todas-, no es, en absoluto, un camino de rosas. Nada de eso. Hay que hilar fino y siempre con la sombra de la soga al cuello, aparentar más que ser y decir, por supuesto, mucho más que hacer. Convivir con la mentira compartida de las plusvalías ciertas o imaginarias, públicas o privadas, y saber atender, con suma y real delicadeza, al ego general, tan inflado como avaricioso, de tan singular, pero concurrido, gremio. O sea, que de bicoca, nada de nada. O muy poco.
 Es obvio que la primera obligación de este tipo de delincuentes, ya puestos en faena, es intentar que no les pillen rodeándose del mejor equipo posible de leguleyos, por si el destino cambia de signo y suena la flauta de la autoridad y caen en desgracia. Han de salvar su pelo y su culo, su calculada imagen y, por supuesto, intentar no dar con sus huesos entre las rejas asfixiantes de la cárcel.
 Semejante panorama nos retrotrae, sin que lo podamos evitar, a las declaraciones, luego rectificadas, de María Antonia Munar. ¿Recuerdan aquello de que los asuntos del dinero se deben arreglar con dinero? Pues eso. Llama vil al metal y suma y corre. El hilo de Ariadna. Una maniobra de dilación tras otra. Pero driblarlas también cuesta dinero. Es lógico, pues, que la Fiscalía le añada a las penas de Urdangarin, el coste de sus pesquisas. A él y a quien sea. No hay condena que se precie de ser justa, si no incluye, y además de oficio, el pago exacto de sus costas. Faltaría más.

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