No se lee a los
amigos igual que a los desconocidos, porque la amistad -que nada tiene que ver
con la geografía y sí con la voluntad y el azar de las afinidades- otorga a la
lectura el añadido del conocimiento del autor, la prueba de que surge de una
fuente fiable, de un lugar identificado.
Sus palabras,
pues, nos repican de forma privada y su crítica, así, se convierte, género
literario aparte, en una autocrítica de algo que nos concierne “desde antes” del hecho de su creación.
Nada nos es ajeno
en el libro de un amigo. Abro «La imaginación histórica» del catedrático Justo Serna, reciente Premio Manuel
Alvar, y me encuentro, en efecto, con un ensayo sobre novela actual -Mendoza, Landero, Pérez-Reverte,
Muñoz Molina y Cercas- donde lo
importante, obviando las ocurrencias de esos señores, es el jugoso ensayo que
intitula el libro: un riguroso estudio de las relaciones que, entre la realidad
histórica y la ficción novelada, se establecen para, no siendo la misma cosa,
concluir en paisajes similares. Algo me dice que lo humano sólo puede aspirar a
ser humano; y demasiado humano, en el mejor de los casos. Otro día igual les
hablo de la superioridad moral del ensayo -¡o de la poesía!- sobre la novela.
Pero antes lean a Serna.
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