Hoy no seré muy sutil, es cierto. Pero es que habituado,
siquiera sea gracias al zapeo o al hastío, a la asombrosa eficacia policial en
las series televisivas -tipo Bones, CSI o El Mentalista- llevo meses frunciendo
el ceño cada vez que asoma en las noticias el presunto parricida Bretón y su macabra romería familiar.
Si en un año, la policía no es capaz de arrancarle a un hombre, sin ningún
talento especial, una confesión en toda la regla es que el sistema falla.
No estoy abogando, claro, por una tortura sin control; y no
por no merecerla, sino porque sobra. ¿No bastaría con un suero de la verdad, un
poco de hipnosis o un algo de persuasión, por así decirlo, inducida? ¿O hay
alguna colisión legal de derechos? Pues qué quieren que les diga. ¿Y los
derechos de la madre? ¿Y los de los hijos, quizá ya cenizas? Por no hablar del
derroche de medios para, en fin, acabar hundidos en el lodo insondable de los
peores instintos humanos.
Creo que para este viaje -como para el de muchos de nuestros
políticos- no hacían falta alforjas. Ni tampoco audiencia. Si no se quieren
recibir abucheos o críticas basta con no desfilar bajo palio en Felanitx, en
Venecia o en donde sea. Pero hay que ver cómo les gusta dar la nota y el
espectáculo.
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