Vengo recibiendo correos publicitarios del candidato
republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Mitt
Romney, desde hace un par de años, pero no me di cuenta de quién me los
enviaba hasta casi ayer mismo. Toda una revelación, porque uno no suele leer el
correo basura ni aunque le ofrezcan un viaje a las costas rojizas de Marte o un
premio en metálico con sólo entrar en la web de un reputado banco a revisarle
las costuras a la maltrecha cuenta; sobre todo, porque no tenemos cuenta alguna
en ese banco.
Pero así funciona la sociología viral -o el «phishing»- y
así van cayendo, de uno en uno y en fila, los incautos y florece el dudoso
negocio de trucar el correo y dejarse seducir por unos enlaces simbólicos hacia
nuestros deseos más necios y peregrinos. Estamos, pues, a un solo clic del
expolio y la ruina. No es nada nuevo ni exclusivo de Internet, sino lo
contrario. Internet imita a la vida, porque sus realidades son idénticas y el
abismo siempre estuvo ahí, aquí, a un solo paso. O menos.
Entro, pues, en septiembre, como quien hace clic en una
enorme puerta y entra sin esperar a respuesta alguna. Faltaría más. Las
facturas del Hospital de Inca me hacen pensar en montañas de prótesis acumuladas
como si fueran esos nidos que construyen ciertas hormigas africanas. Desconozco
lo que hay dentro, pero qué mal huelen.
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