Ya sabemos de la esquizofrenia del nacionalismo a la hora de
mezclar tiempo, espacio, lengua y cultura como si fueran la misma cosa. O se
pudieran usar del mismo modo. Pero no es así, salvo que nos empeñemos en
ignorar, por ejemplo, que este mismo lugar en el que ahora vivimos fue, en
tiempos, un asentamiento fenicio, un puerto romano, un hangar bárbaro, un zoco
árabe, un nido de dinosaurios o un glaciar de cristales eternos y espirales de
agua.
Yo soy, ahora, ese mismo fenicio, árabe o romano, ese animal
prehistórico, ese instante congelado en la memoria de la tierra; y todo ello
sin dejar de quien soy y sin moverme, por supuesto, del lugar que ocupo.
Mientras tanto, va Mario
Bedera y le dice a Wert -aunque el que debiera sobresaltarse es Bauzá- que no hay ningún problema en
Cataluña -y asumo que tampoco en Baleares- con la enseñanza del castellano. Uno
podría preguntarse a qué enseñanza se refiere, porque igual es que la que hay no
existe y no vamos, entonces, a insinuarle problema alguno con lo que no existe.
Tampoco deben existir las hordas de comisarios lingüísticos convertidos en
maestros de una realidad paralela y perversa donde no priman las ideas sino,
sólo, la lengua en que se expresan. Son un espejismo. Claro.
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