A veces pasan cosas raras. Miro alrededor y veo a un chino y
a una china que siempre son el mismo chino y la misma china. Dos personas que
son una legión, la prueba irrefutable de la ubicuidad y la paciencia, porque su
rostro permanece inescrutable mientras van dando las horas muertas en el bazar
donde se apila el género y no importa si es domingo y llueve o diluvia. Esa
imaginaria no atiende al tiempo y parece estar fuera de él, en el oriente
profundo del atlas del pensamiento. O más allá de este mundo.
Pero subo calle Olmos -por no irme hasta Pedro Garau- y el
mismo chino y la misma china atienden en una docena de zapaterías diferentes.
Yo creo, de veras, que son sólo dos estereotipos y que hay una sala de máquinas
en algún lugar remoto que nos los muestra, cual precisos hologramas, cuando los
necesitamos. Acabo de verlos, hace un rato, en un colmado. Sonreían.
Mientras tanto, ha habido una gran redada y el chino, que
una televisión presentó como un empresario ejemplar, resulta ser, hoy, el
cabecilla de una mafia. China, claro. Y me pregunto qué les puede asemejar a la
vieja banda de UM, donde sólo Bartomeu
Vicens purga por las penas de todos. Y pienso que nos engañaron como a
chinos. O no. ¿Quién entiende a los chinos?
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