No hay nada como ir al dentista y someterse -en la misma
sala de espera: casi que a modo de precalentamiento- a la tortura de la prensa
del corazón. Aún me rechinan los molares después de comprobar, por ejemplo, que
Penélope Cruz, embarazada y en
bikini, es un calco de todas las mujeres, embarazadas y en bikini, que uno ha
podido admirar, aunque ella no se bañe en aguas cualesquiera, sino en las de
una playa exótica del Caribe. Qué menos.
No vean, además, lo que se agradece reparar, entre otros
prodigios, en lo mucho que dice trabajar uno de los hijos -ni idea de cuál- de Julio Iglesias. O de las penurias y
tragedias resueltas -y convertidas, finalmente, en libro de memorias, claro- de
ya no recuerdo qué marquesa de cierto tronío. Por no hablar de la curiosa
familiaridad con que se nos habla de innumerables personajes a los que, sin
duda, deberíamos conocer, pero no conocemos. Somos así de bárbaros o de
iletrados.
Podría pensarse, pues, que hay ciertos niveles de realidad
que sólo pueden percibirse a través del papel satinado de algunas revistas.
Pero no es así. Todos los días que escribo estas columnas me desayuno con la
actualidad de políticos y banqueros, las redes de comisionistas, la Ley Lassalle, la última de los entes
públicos y la penúltima de los juzgados. ¿Quién puede temerle, luego, al
arsenal del dentista?
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