El despilfarro -tradiciones familiares, ideológicas y hasta
de partido, al margen- suele acabar convirtiéndose en una simple cuestión de
ignorancia, cuando no de pereza. O ineptitud. Irresponsabilidad. Acaso molicie.
Nos pueden sobrar los adjetivos, en efecto; pero no, por desgracia, la explicación
exacta y mejor si comprensible de sus razones.
Será, tal vez, que no es fácil escapar a la inercia de las
cosas que van -o se dejan ir, en definitiva- hacia su último abrevadero sin otra
intención que consumirse de forma lenta y casi que persuasiva; dejando su propia
huella y su olor a cuerno quemado. A fracaso personal y colectivo en el histórico
fracaso de cada día. O de cada legislatura, si hablamos de los políticos locales
y de nuestro dinero en sus manos. Vaya desastre.
Así están las cosas en el Ayuntamiento de Palma al respecto
de un sistema informático que no acaba de modernizarse y que, desde el año 2001,
se va llevando lo que debieron ser nuestros ahorros y son, en cambio, nuestras
deudas. Así, Fageda, Cirer, Calvo e Isern, por
estricto orden de aparición, han ido protagonizando los sucesivos contratos,
sus incumplimientos y demandas judiciales, primero con Tao-Gedas y luego con
T-Systems, para que la situación informática de nuestro consistorio, más que
pertenecer a la nube digital, se haya quedado instalada en los gloriosos días
del ábaco. Estamos hablando, tras los pertinentes e impertinentes tira y afloja
de rigor, de cincuenta millones de euros. Demasiado dinero para que las cuentas
sigan sin cuadrar.
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