Amanece en silencio, aunque Palma no haya dejado de ser una
de las ciudades más ruidosas del mundo en proporción a sus niveles,
relativamente pobres, de actividad urbana. Quiero decir que ya puede estar la
calle desierta, ya, que siempre hay algo o alguien dispuesto a rasgar la paz
del universo con el chirrido y el clamor de una obra a destiempo, una mudanza
intempestiva, una alarma que se dispara sin motivo alguno, un aullido entre
zombi y orquestado, el crepitar de las lenguas de fuego, los camiones y la
quejumbre de los hierros y la basura, los restos de un naufragio o una
despedida de solteros.
Tanto da, sin embargo, porque todo parece ser casi lo mismo,
sin serlo, y hay que abrir los ojos por completo y levantarse y hasta
encomendarse al Dios de los creyentes como si al de los ateos: sabiendo que,
por desgracia, ambos tienen el mismo perfil antropométrico y, desde luego,
inacabado. La misma falta de sustancia.
Demasiado ruido, pues, alrededor y también adentro: allí
donde las palabras se desperezan al mismo ritmo -o similar- que nosotros y la
calle parece cobrar vida y chirrían las enormes puertas metálicas de los
comercios y hace calor y ruge la intolerancia de los de siempre. Buenos días. La
prensa habla de la amenaza de una huelga indefinida en educación o de cómo
intentar acabar -antes de que nazca- con el decreto del trilingüismo. Paso las páginas
en el cristal metafórico de Orbyt con
la íntima certeza de que habría que poner en su sitio a quiénes no saben cuál
es ese lugar. Es que ni lo sospechan.
Etiquetas: Artículos
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