Pareciera que los lugares del odio (viejos barrancos infernales
y uniformados) son el lugar más abarrotado, por desgracia, de este año de
gracia de 2013 que hoy mismo cumplirá, al fin, sus últimas horas y dejará caer
su última hoja del calendario marcado de nuestras vidas. Se va igual que vino, con
bullicio y festejos aparentes, pero con dolor íntimo y reuma social en las
articulaciones, con resaca y pálpitos irregulares en el corazón, con el olor a
médula herida (y a músculo roto y ajironado) de la noche cruzando las miradas a
lo lejos, hacia el espacio estelar donde todo acaba resolviéndose en una
enigmática nebulosa, el deseo de un futuro si no mejor, sí, al menos, mucho más
decente. Qué menos.
Pero no me tomen al pie de la letra. Mis balances son
siempre muy subjetivos y más aún, mis balances anuales hace años que ya no
buscan ningún saldo al que agarrarse: los años se suceden porque la suerte así
lo quiere, porque la inercia existe, el cuerpo tiende a seguir respirando y la
mente a buscarse algún que otro asidero en que tomar un penúltimo trago de aire,
una bocanada alimenticia de luz o de cualquier otra energía, una manera, en
apariencia nueva, de aprehender el mundo y también sus desvaríos.
Mientras tanto, alrededor la humanidad se inmola. Hay
cuerpos que saltan por los aires, suicidas y asesinos, demostrando que el odio
y la estupidez (de la intransigencia, el nacionalismo, la usura convertida en
Dios único y verdadero) están dentro. O mejor, muy adentro. Como también la
libertad o el afán de superarse.
Etiquetas: Artículos
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