Me acabo de dar una vuelta virtual por la estrambótica
mansión que nuestro Jorge Lorenzo
tiene en Barcelona: una mezcla de garaje galáctico de mal gusto, de bolera
interestelar abierta hasta el amanecer o de ático tatuado con el artificio
sucesivo de todas las vistas panorámicas del universo, impresas como si fueran
hologramas o estereotipos de un selecto placer que, como era de prever, pese a
su trasfondo tópico, publicitario e irreal, no han tardado en colmar de una
indisimulable, malsana y clasista envidia las trincheras sumergidas en el
patético lodazal de las redes sociales.
¡Ah, las redes sociales! Vaya tela incendiaria. ¡Ah, la
mansión del bravo de Lorenzo o, en realidad, de los delirios de Monster Energy
Drink o Yamaha! Vaya horterada monstruosa. Pero ah, sobre todo, por las tres
chicas en biquini que toman el sol, solemnes y parsimoniosas, junto a la
piscina o que se revuelven, saltarinas, por entre las burbujas de la jacuzzi;
que pueblan, en fin, de un erotismo descafeinado, pero muy efectista, la otra
erótica, la vieja erótica del poder, la que va convirtiendo el mundo en un
lugar desapacible y hasta enfermizo. En un pozo de corrupción sin más fondo que
la renuncia final por hastío.
Yo, sin embargo, le agradezco a Lorenzo ese video. Y a las
chicas Monster, la cálida presencia de sus curvas por sobre las interminables líneas
de fuga de la casa. Gracias a él y a ellas hoy me he olvidado, por un rato, de
todos los políticos y similares que sí deberían andar entre rejas sin fuga por
una larga temporada.
Etiquetas: Artículos
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