Casi que, desde siempre, mi primer interés al respecto de las
televisiones que padecemos, es comprobar si ofrecen un buen servicio de
subtitulado en vivo y no una delirante y mecánica traslación salteada de frases
sueltas, como cazadas al vuelo o por azar. IB3, por ejemplo, no cumple
eficazmente con ese servicio y eso sí que me preocupa y molesta; y no la sandez
de andar «salando», o no, los eternos artículos de la discordia, que no son
pocos, sino muchos. Quizá todos.
Quiero decir –ya puesto en la precaria solemnidad de quien
ausculta las monomanías ajenas igual que las propias- que hasta Dios es uno y
trino. Hipóstasis, se le llama a eso. Y que la lengua catalana, por no ser
menos, es también una y trina (Cataluña, Valencia y Baleares, como poco); y si
no trina más y mejor es porque las autoridades filológicas de rigor (y estupor:
las de la UIB, sin ir más lejos) prefieren que gorjee en un estándar que sólo
usan los que llevan bata blanca, guantes de látex y curran en algún laboratorio
virtual y aséptico. Irreal. Las palabras como cadáveres en plena autopsia. La
gramática como un corsé o una mortaja.
Será de ver, pues, si tras este réquiem hay alguna
resurrección. Tampoco sabemos cuál es la lengua enferma o difunta. Lo ignoramos
casi todo. ¿Quién subvenciona los fastos? ¿Quién los duermevelas colectivos,
las procesiones conceptuales, las afinidades electivas del próximo 9 de
noviembre? ¿Quién las vigilias o el largo rodeo a ninguna parte? Me da igual si
no detienen el tren. Ya me bajé hace rato y para siempre.
Etiquetas: Artículos
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