En 2007 firmé una columna titulada «La secta». En ella les hablaba,
básicamente, de una asociación (cuyo nombre obviaré) de índole no sé si
filosófica, cultural o esotérica. Ahora no importa mucho eso, porque lo único
que me movió a escribir aquellas líneas era ir dando tumbos de un personaje a
otro bajo las carpas aceradas y los focos asfixiantes de la subvención
galopante o el integrismo moral, ético y lingüístico de ayer y hoy. Quizá de
siempre.
Así iban saliendo, entre otros, Francina Armengol y el CIM, Jordi
Bilbeny o el descubrimiento catalán de América, Gabriel Bibiloni y hasta Antoni
Martorell. Es decir, las relaciones entre la corte de filólogos de la UIB y
el caos contracultural de IB3. Qué poco que mudan las cosas con los años.
Pero vuelvo al principio. La asociación de la que les hablé se
puso, hace unos meses, en contacto conmigo para informarme de que la función
“mostrar sugerencias” de Google les relacionaba con la palabra secta. Qué mala
suerte, pensé. Llegaron a pedirme que retirara el artículo de la Red y hasta de
la memoria entera de El Mundo / El Día de Baleares. O del universo. Me temo, en fin, que el derecho
al olvido (que una sentencia judicial acaba de proclamar de forma más teórica
que práctica) tiene con estos sofistas o aprendices de internautas una gran deuda:
demostrarles que todo se acaba olvidando si uno deja atrás la vanidad de
rebuscarse en los arrabales de Google y acierta a recogerse muy adentro de sí
mismo. Hasta Narciso –sobre todo, él-
ha de aprender a descansar de la propia imagen. Qué pesadez.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home