Repaso la abundante propaganda
electoral que he recopilado, a mi pesar, durante estos días. Papeles satinados,
relucientes. Colores reciclables. Un alud de eslóganes bordeando la realidad. O
su lado oscuro. La democracia. Europa. La corrupción. ¡Las soluciones! El
círculo vicioso de las causas y los efectos. El auge de los nacionalismos de
uno u otro signo. El fascismo en Francia. O la increíble ascensión de un
personaje como Pablo Iglesias y su
demagógico “Podemos”, que se ha convertido en la tercera fuerza política más
votada en Baleares. Nada menos.
Pero escribo estas líneas al hilo
de otras anécdotas. El único partido que me envió, además de en aséptico
castellano estándar, sus papeles en mallorquín (o en catalán de Mallorca) ha
sido Vox; pero ahora no sé muy bien si debo considerar que ese detalle es
bueno, malo o irrelevante. Me paso la vida traduciendo la realidad o sus
aledaños y no siempre sé quién me mira desde ese abismo que parece habitar en
el interior de los espejos. Qué vértigo.
Hay otras muchas cosas que
ignoro. La esencia –dicen que perdida- del Partido Popular parece que, ahora,
se reencarna en Vox y yo no sé si esto es realmente así o si sólo lo pretende.
Desde siempre he descreído del rumor sostenido de las víctimas y no sé si la
unidad de España es algo concreto y palpable. O al contrario. Algo
absolutamente evanescente.
Tampoco sé de qué substancia
están hechos los sufragios, los deseos personales en la maraña de los hechizos
y las posibilidades colectivas, de las intenciones más o menos confesables; de
la brújula que nos guía, raptada Europa como en la acuarela de Gustave Moreau, por entre las opciones
disponibles para acabar depositando un sobre (y una absurda lista cerrada) en una
rendija hambrienta de un hambre incurable. Una hambruna de siglos.
Con todo, las urnas me han traído
dos sorpresas. La ascensión de Iglesias, como ya dije, y el fracaso de la voz
más ronca de Cataluña y parte de España. Alejo
Vidal Quadras. Llamo por teléfono a
Montse Amat, la magnífica candidata balear de Vox, y me dice que, pese a las
dificultades y a la escasa visibilidad en los medios, está contenta. Yo
también, pero me da que igual no es por lo mismo. Seguro que ella cree en el
futuro de España y su formación política y yo me conformo con auscultar el
misterio de cada día sin que nada o nadie me hiele la sonrisa. En lo posible.
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