Puede que las redes sociales no sean sino lo que los
usuarios publican en ellas. A veces, una colección de frases aceradas que
brillan, turbulentas, en mitad de la noche como el filo cariado de una cuchilla
rota. Un alud incierto de imágenes con la resolución forzada y el objetivo a
contraluz.
O un acordeón chirriante de ideas con los viejos cañones
gramaticales lo suficientemente recortados como para que sepamos que la pólvora
es de pega; y que el ubicuo código binario del software sólo da para proyectar
esa torpe y estrecha dialéctica donde los colores se funden en el blanco y
negro estrictos de una ciénaga y los pensamientos se camuflan en el vientre
agrietado de un discurso tan gregario o maniqueo como, presuntamente, social. O
de todos. Resecas voces de ira y aire: exabruptos y regüeldos. Pues buen
provecho.
Con todo, sólo se escandaliza quien quiere. El que tiene
tiempo que perder y lo acaba perdiendo, una vez y otra, quizá con el vano pretexto
de rencontrarse, al fin, más allá de la realidad; en ese sueño virtual donde
tenemos cientos o hasta miles de amigos y somos, además, los fotógrafos más
jaleados del universo, los escritores más leídos del orbe, los pensadores más
ingeniosos, refulgentes y hasta lúcidos en un mar tan denso, profundo y negro
como, quizá, vacío. Lástima que ese mar sólo sea el sulfúrico espejismo de un
sucio charco donde no hacemos otra cosa que chapotear como niños,
prematuramente envejecidos, en la hora magnífica de un recreo que, por
desgracia, no puede sino aburrirnos. Y nos aburre.
Etiquetas: Artículos
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