Puede que la fiesta auténticamente española cayera, esta
vez, en el sábado de reflexión, fútbol y diáspora de Lisboa y no en el domingo
de resaca, elecciones europeas, urnas y también desafección en las pespunteadas
esquinas de Europa: los partidos políticos postulando sus nuevas alianzas, sus
alucinaciones o quimeras conceptuales, su alcancía famélica o menesterosa de
votos robados, prestados o en fuga.
Pero las urnas son como un césped cortado muy alto donde, a
veces, tropiezan o yacen sepultos nuestros mejores deseos. Duele observar la
gélida niebla de la intolerancia que recorre Europa desde el Reino Unido hasta
Hungría o Grecia, pasando por Francia. Por no hablar del éxito en España (¡y
aún más en Baleares!) de un telepredicador con ínfulas mesiánicas como Pablo Iglesias.
Pero descendamos a los hechos. Somos gente corriente que no
cree demasiado en los milagros, pero que tampoco confunde la realidad con los
deseos. No necesitamos, pues, someternos al espectacular fracaso de la placenta
milagrosa de ninguna yegua inverosímil, aunque nuestras articulaciones chirríen
y sea cierto, también, que cojeamos. No nos faltan, sin embargo, las ideas, aunque
desconozcamos qué mecanismos podrían convertir esta lluvia mezquina en algún
maná útil o provechoso. Quizá eso, ahora, no sea posible y estemos asistiendo
al principio del fin o al diluvio; y convenga agenciarse un arca donde mecerse
hasta que pase la tempestad y alguna paloma mensajera nos traiga algo de vida
en su pico. De afuera a dentro, como de adentro a fuera.
Etiquetas: Artículos
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