Sabes que ya empieza a ser la hora y que debes levantarte a
escribir estas líneas, pero el sueño te vence, suavemente, con voluptuosidad
rotunda, y las primeras luces y también los primeros ronquidos del alba te
parecen un ruidoso enjambre de luciérnagas en mitad de alguna recurrente
pesadilla en la que no eres capaz de distinguir si lo que te rodea es real o es
ficticio, mientras sigues dando vueltas sobre el lecho y las sábanas y el
resplandor y los acordes de la música o la vida siguen revoloteando por ahí
adentro, en algún lugar de ti mismo donde no quieres mirar ni tampoco mirarte.
Nos cuesta mucho mirarnos, si no estamos muy seguros de lo que vamos a ver.
Pero resuenan en la lonja de tu cerebro, sobre las espaldas
lentas de las tortugas de Jan Fabre,
los acordes de alguna vieja canción –quizá de David Bowie o Pink Floyd,
que anuncian nuevo disco- y entonces el grito del tiempo es un jadeo de vértigo,
una sinfónica voz andrógina, un destello parpadeante en los espejos donde no
alcanzas a verte, sino a ráfagas. O ni así.
Esa música te sumerge en el remolino agridulce de los que
podrían estar contigo y ya no están o están muy lejos; y no te dejas vencer por
la nostalgia, porque lo que te paraliza es el terror físico de no saberte tú
mismo ni siquiera en esa vigilia previa a la vida que es demorarse la eternidad
entera en las orillas próximas al ser y, sobre todo, al deseo. Quiero decir,
pues, que es así que al levantarte te encuentras que ya está escrita la columna
que ibas a escribir y no sabías cuál ni cómo.
Zeno brains and oracle stones de Jan Fabre en La Lonja (Palma de Mallorca)
Etiquetas: Artículos
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