Menos mal que hoy comienza, al fin, la andadura futbolística
de España en Brasil, porque ya empezaba a resultarme del todo punto imposible
seguir atento a los flecos judiciales, fetichistas y hasta metalingüísticos, al
parecer, de la más que próspera farmacia de José Ramón Bauzá como máximo y casi que único objetivo de una descarriada
y lamentable oposición política que, salvo invadir aulas, conciencias y patios escolares,
lleva toda la legislatura y algo más sin otra labor reconocible que atender a
las disputas y delirios ideológicos en las redes sociales; sobre todo, en
Twitter.
En sus orillas de cristal líquido (me temo que ante el
monitor de esa playa muchos parecen haber perdido el oremus) la sucesiva resaca
de los ciento cuarenta caracteres por mensaje no acaba de inundar por completo la
realidad, pero sí que, al menos, la encharca con el alud propagandista de las
inquebrantables adhesiones virtuales de los que no tienen otra mejor que hacer
que sumarse a lo que sea que se diga o lleve la corriente.
De ahí al asfalto de las urbes parece que va sólo un paso; y
así es, en efecto, que se llenan algunas calles y no pocas plazas y la ciudad se
parece a un zoco de cólera o un bazar de ira. Un tótem alrededor del cual el
gentío da vueltas y enarbola sus banderas, tararea sus consignas y descubre,
finalmente, que siempre son pocos los blasones y menos, aún, los cánticos; que
la realidad y el espejismo de nuestros mejores sueños no sólo no son lo mismo,
sino que, además, tampoco tienen por qué serlo. Aunque nos duela.
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