La realidad no es un mal sitio para apreciar el diagrama de
las lenguas, su implantación y utilidad efectiva, su música y, sobre todo, sus
danzas: el bilingüismo, el trilingüismo y hasta, si se tercia, la locura de
Babel. De hecho, no es sólo el mejor, sino el único sitio que jamás deja de
sorprendernos por su sencillez y arrojo, su desprecio de las posturas forzadas,
su mayestático olvido de la corrección política. Así son las cosas. Las aguas
bajan tal cual las lleva la corriente, las guía la inercia, la gravedad, el
milagro casi bíblico de los vasos comunicantes: la empatía, las ganas de
diálogo y, más aún, la necesidad y el placer de entenderse. De entenderse a
toda costa.
Vengo de una larga noche en Son Amar. Se premiaba el trabajo
efectivo de vendedores y proveedores, de empresas afines, marketing, servicios,
colaboradores. Una gran fiesta isleña del turismo donde, desde los escenarios,
se parodió la entrega de unos Premios Oscar ganados, estos sí, con el sudor y
el esfuerzo diario, los contratos en su mayoría fijos discontinuos: gente y
empresas de aquí con personal español, pero también extranjero.
Me bastó echar un vistazo alrededor para saborear esa mezcla
de alegría y precariedad, ese aire a esfuerzo, a trabajo hecho lo mejor
posible, pese a la crisis y las dificultades. En el escenario se sucedían las
actuaciones y los discursos. Tomé nota. Varias frases en español y el resto en estricto
inglés. De postre, sólo dos palabras en mallorquín pero, eso sí, antes de
empezar a cenar. «Bon profit». Un exitazo.
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