Ya sabíamos, porque la historia tiende a repetirse, que las
crisis económicas acaban enloqueciendo a casi todo el mundo que las padece.
Así, mientras se disparan las alarmas y se echan en falta los imprescindibles
asideros del equilibrio personal y colectivo, se pierde, como por ensalmo, el
paso firme y se cae, si no se anda con muchísimo cuidado, en el paso marcial,
que es esa forma tan desagradable que tienen las multitudes de arrastrar su
indolencia, su arrogante sentido de la libertad o de la esclavitud y su
absoluta ignorancia, en fin, hasta más allá de lo que un ser humano debiera permitirse.
O permitirnos.
Las estupideces, mientras tanto, van tomando forma y hasta
volumen. Se convocan referéndums para acabar perdiéndolos. Se crispa la
convivencia, no por el deterioro del perfeccionismo, no por la falta de empatía
o generosidad, sino por cualquier ocurrencia política que sólo atañe a la mala
conciencia y a la peor digestión de unos pocos (políticamente bien comidos y mejor
pagados) frente a la hambruna general de la famélica legión que nunca hemos
dejado de ser pese a las apariencias.
Quiero decir que estoy harto. Harto de las banderas y de las
camisetas con mensaje, igual que de las televisiones con políticos a la carta.
Harto de que se repita una historia que sólo conlleva las mezquinas escaramuzas
nacionalistas y la repetida explotación del hombre por el hombre. Y sobre todo,
de uno mismo por uno mismo, que lo primero es no echar las culpas a los demás y
hacerse cargo de lo que más nos duele. Faltaría más.
Etiquetas: Artículos
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