A veces, voy de noticia en noticia hasta que la vista (y las
ideas) se me nublan y no tengo otra opción, entonces, que cerrar de golpe todas
las aplicaciones y diarios digitales y concentrarme en la página en blanco. En
ese lugar extrañamente solitario y, a la vez, amenazador donde sé que me acabo
reuniendo con los lectores y, sobre todo, conmigo mismo.
Pero hoy tenía en mente aceptar la invitación que recibí
hace unos días de sumarme a la página de Facebook «Quiero que Mateo Isern vuelva a ser Alcalde de
Palma». O glosar, por ejemplo, la magnífica labor de la Fundación Jaume III al
respecto de la normalización lingüística de los libros de texto de nuestros
alumnos. O echarme unas risas malévolas a costa de los juegos malabares del
nuevo 9-N. O dejarme llevar por la avaricia y la usura de los políticos y
sindicalistas que recibieron (y usaron) las tarjetas B de Caja Madrid, esas
tarjetas tan opacas como vergonzosas, tan bien dotadas de dinero como faltas de
cordura, tan seductoras, en fin, como abrasivas.
He optado, sin embargo, por desentenderme de casi todo y alejarme
del ruido ajeno y la pintoresca química asamblearia de los foros y redes
sociales. Sólo así puedo huir de la fascinación que parece convertir a personas
normales (puedo dar fe de ello, al menos en algún caso) en auténticos vándalos
del lenguaje y, sobre todo, de las ideas. Sólo así puedo seguir atento a las
tres o cuatro cosas en las que aún creo. O ni eso, porque me costaría enumerarlas
sin sentir el rubor del que se sabe, como siempre, exagerando.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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