La Telaraña en
El Mundo.
Después de los baños de multitudes y de la emotiva efervescencia
simbólica general –los líderes de una Europa en absoluta crisis avanzando de la
presunta mano del pueblo por las calles abiertas y luminosas de París- toca, al
fin, un poco de ensimismamiento. O de luto.
Anita Ekberg acaba de morir, ya con ochenta y tres años a cuestas,
y yo repaso, como un huérfano inverosímil, mis álbumes de fotografías a la caza
y captura de alguna de sus imágenes todavía en mi retina.
No creo que se pueda visitar la Fontana de Trevi, en Roma, sin
quedarse absorto un buen rato imaginándola, exuberante, húmeda y también
retórica, por entre las cortinas del agua y el amor o el deseo. Me sorprendo,
sin embargo, al constatar que apenas guardo imágenes de la escultural actriz
sueca en el álbum metafórico de mi vida. Hago memoria y me desando. Frunzo el
ceño.
El sueño cinematográfico de Federico Fellini se me aparece como un sueño ajeno entre todos los
sueños que he soñado como si también fueran míos. Seguro que lo son, porque los
sueños no tienen dueño; son ellos los que nos dominan y despiertan, los que nos
hacen avivar el paso y tender la mirada hacia un horizonte que no esconde otra
cosa que nuestra insatisfacción permanente. Anita nos miraba somnolienta y
sabíamos, entonces, que no entendía nada de un guión que tampoco nosotros
entendíamos. No hay forma, quizá, de despertarse nunca del todo. De despertarse
por completo, quiero decir, y saberse tan lejos de la rígida y estricta
realidad como de la voluptuosidad rubia de los sueños.
Etiquetas: Artículos
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