Resulta que se comparten archivos –ya conocen esa vieja y guerracivilista
historia del cine español, la propiedad intelectual de la indigencia o la
música corporativa y militante de los de casi siempre; a cualquier cosa se le
llama cultura en nuestros días- de la misma forma que se comparten asientos en
los vehículos privados sin más taxímetro que el precio al alza de la gasolina y
hasta habitaciones sin más estrellas que la noche oscurísima de los lobos (los
de Wall Street y Bruselas, los de Andorra) en las casas de cada cual para ir
moldeándole la cintura del hambre a la crisis y salir adelante aunque sea a
rastras y contra el fragor del universo.
Hacienda, mientras tanto, intenta amordazar hasta la asfixia
el espejismo dorado de la economía sumergida. No sé si saben lo que hacen o si
sólo hacen lo que saben. Poca cosa. O quizá mucha. Una simplificación perversa,
una maniobra de distracción, un error absurdo de cálculo contra una clase media
que se ve señalada, a la vez, como el motor de la economía y el progreso, sin
tener más horizonte que su renta menguante en los saldos rojos del capitalismo
crepuscular en que chapotea.
Igual sucede que toda la economía española (y también la
europea: no hay mercado de trabajo, presión fiscal o políticas sociales únicas
y comunes) es, aquí y ahora, un precario iceberg a la deriva, una peonza ebria
y demacrada que viene huyendo, vapuleada, de los políticos de siempre y va
camino, ay, del latrocinio globalizado de los que quieren sustituirlos. Podemos
y Ciudadanos, por ejemplo.
Etiquetas: Artículos
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