Puede que lo intuyamos sin acabar de entenderlo. Vivimos al
filo de una enorme burbuja que puede (y suele) explotar de vez en cuando. Así,
por ejemplo, en mayo de 2010 un hombre, desde la soledad de su modesto adosado
en los suburbios de Londres, empezó a colocar, mediante un programa informático
de su cosecha, órdenes falsas en el mercado de Wall Street hasta provocar, en
tan sólo cinco minutos, un cataclismo en la Bolsa de algo así como medio billón
de dólares. No es mucho ni es poco, es sólo un síntoma.
El imprudente pirata informático y ladrón de cuello blanco
se llama Navinder Singh Sarao y es sólo
una prueba viviente más (otra, aunque su futuro pinte entre rejas) de que la
economía universal es como un viaje al limbo y a ninguna parte, un caligrama espantado
de Mallarmé o Larrea, por ejemplo, coronado por un par de versos o exabruptos ilegibles
de Antonin Artaud. Una especie de golpe
de dados sísmico ordenado por un dios ebrio entre los sueños más profundos de
los hombres. Nos cuesta muy mucho, al despertar, saber con exactitud qué
cifras, cuáles, son las que nos definen y delimitan en este instante de aquí y
ahora o de siempre.
Voy, pues, de las abstracciones a las anécdotas y viceversa.
Busco al azar de Google y me son devueltas algunas frases de Artaud que ya ni
recordaba. Por ejemplo: «Allí donde unos exponen su obra, yo sólo pretendo
mostrar mi espíritu». O «Toda escritura es una cochinada». Hay algo en esta
escatología literaria que me reconcilia, a la vez, conmigo mismo y con el
mundo. O sea, nosotros.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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