Repaso en la página web de este diario los encuentros
electorales mantenidos con los candidatos de los partidos o agrupaciones que se
presentan el 24 de mayo y así consigo, al fin, ubicar a los que aún se me
resistían. «Guanyem» o «Som Palma», entre otros. Con lo que descubro gano muy
poco. Me vence, eso sí, la recurrente sensación de que más de lo mismo es más
de nada, nada que sumar y muy poco que perder cuando ya todo parece perdido.
¿Todo perdido? No creo. Cada cuatro años nos rencontramos
con el hormigueo dialéctico de unos y otros. Con sus filigranas y cabriolas en
el aire de todos. Con su vuelo bajo y nocturno, pero no indetectable. Sólo se
trata, pues, de afinar las alarmas y permanecer vigilantes. De eso o de dormir
a pierna suelta y que otros, nuestros hijos, por ejemplo, carguen con la
pesadilla. Aún podemos elegir, pero no sé hasta cuándo.
Con los partidos conocidos la situación no mejora. El goteo
tísico de sus ideas nos aturde. Repiten regeneración y transparencia, anticorrupción,
pacto social o renta básica como si balbucearan el «dadá» inicial del lenguaje.
Podemos reírles las gracias o dejar que el paso del tiempo los delate y sepulte.
Acumulan tantas promesas e incumplimientos que no sé cómo insisten en este
esperpento de la verdad o la mentira convertidos en consigna, impostura, letanía,
mantra. La soledad del corredor de fondo cuando le falla la brújula, en el caso
de José Ramón Bauzá. O la añeja y sectaria sesión de frente populismo entre los gruesos
labios de Francina Armengol. Es lo que hay.
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