Si se confirma la dispersión general del voto, que presagian
las encuestas, no es absurdo concluir que todos los partidos políticos de las
islas (salvo UPyD, porque su antiguo líder, en el penúltimo momento, prefirió
dimitir y dedicarse a la gloriosa complejidad estratégica del criquet o a los revolcones
lingüísticos, en fin, de la filosofía pangermánica; y no sé si hizo bien o mal,
ni me importa) tienen alguna que otra posibilidad de llegar, aunque sea por la
vía interpuesta de los pactos y las componendas, las renuncias y las usurpaciones,
a gobernar. O a disputar, al menos, su parcial, pero jugosa, subasta de cargos,
su espejismo burocrático de vencedores y vencidos.
Gobernar, ya se sabe, es tan sólo un pretencioso eufemismo dialéctico
de otras muchas labores que no se citan, pero se sobrentienden, como son repartir
y repartirse, a la vez, el pastel monstruoso, pero escaso, del dinero público y
moldear, lo más ideológicamente que se pueda, el cada vez más globalizado (y
sin embargo, uniforme: uniformado) espectro social de la existencia.
La vida no avanza, me temo, hacia donde quisiéramos (sobre
todo, si fuésemos capaces de formular correctamente ese deseo) sino hacia no
sabemos dónde, porque tan sólo alcanzamos a seguirla de lejos y con la mirada.
Nuestro tiempo es tan limitado e insuficiente que lo único que nos puede
consolar, tal vez, es proyectar esa trayectoria desconocida en algún lugar remoto
de nuestro cerebro y esperar que ahí nos podamos, algún día, reunir con el
mundo. Y con nosotros mismos, claro.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home